Nutrición

Ni existen los superalimentos ni las dietas milagro

La necesidad de creer que hay una solución fácil a los problemas de no llevar un régimen saludable es, junto a intereses comerciales, el origen de muchos de los mitos creados en torno a la nutrición.

En la imagen, el periodista Antonio Ortí, autor de 'Comer o no comer'
Ni superalimentos ni dietas milagro
INES BAUCELLS

Ni tiene hormonas la piel del pollo ni el aceite crudo tiene menos calorías que el frito ni los huevos morenos son más nutritivos que los blancos. Todo son mentiras que han sido inculcadas casi desde la infancia y que aun hoy se sigue creyendo en ellas. Sin embargo, ninguna de estas afirmaciones tiene base científica alguna; y, a la par que muchas otras, son, por decir algo, una cuestión de fe.


Para despojarlas de ese halo casi 'mágico', el periodista Antonio Ortí, junto a las coautoras expertas en nutrición Raquel Bernacer y Ana Palencia, ha investigado la verdad que ocultan 98 falsos mitos y los ha desenmascarado en el libro 'Comer o no comer'. Y lo ha hecho preguntando a los que más saben: médicos e investigadores que han centrado su carrera en diferentes áreas relacionadas de algún modo con la alimentación.


En una época en la que se ha vuelto a la idea hipocrática de que todo alimento es a la vez una medicina y se buscan aquellos que ayuden a vivir más tiempo y mejor, es fácil atribuir cualidades 'fabulosas' a muchos de ellos, pero ni existen los superalimentos ni las dietas milagro.


"Cada vez comemos peor, por eso hay esta tendencia a creer que con un comodín queda todo solucionado. Es una salida cómoda. Pero los superalimentos no pueden suplir ni la dieta equilibrada ni la actividad física. Además, es muy peligroso creer en ellos, porque se descuidan entonces una serie de hábitos saludables más aburridos pero más efectivos, como, por ejemplo, tomar sobre todo frutas y verduras, no fumar…", explica Ortí.


El porqué del efecto yo-yo

Justo son esos milagros dietéticos los que originan los mitos más peligrosos para la salud, tal y como indica Raquel Bernacer, directora de Innovación Alimentaria de Unilever España. Y de entre ellos destacan las llamadas 'dietas yo-yo', que no solo repercuten negativamente en el organismo, sino que, además, hacen creer que ciertos grupos de alimentos engordan y obligan a retirarlos del régimen, provocando que este ya no sea equilibrado. "La gente confía y sigue dietas como la Dukan o la Atkins, por poner dos ejemplos, porque en el fondo nadie quiere cambiar su estilo de vida. Se prefieren atajos. Pero, de igual modo que comer con prisas no suele traer nada bueno para el cuerpo, adelgazar de esta manera tampoco", afirma el autor del libro.


Dicen los expertos que lo que se ha engordado en tres años no se puede quitar en 15 días y que para adelgazar (que no perder peso) saludablemente se tendría que bajar lo engordado en el mismo tiempo que llevó coger esos kilos.


De hecho, el 90% de los seguidores de estos métodos rápidos de adelgazamiento, al finalizarlos, cogen más peso del que tenían al comenzarlos. Y las personas que llevan a sus espaldas varios regímenes de este tipo cada vez les cuesta menos ganar kilos y más perderlos. "Cuando dejas de comer, tu organismo no sabe si tú has dejado de hacerlo voluntariamente o si estás teniendo dificultades para conseguir alimento. Por eso, al finalizar una dieta y comer de nuevo con normalidad, el organismo reacciona activando sus depósitos de grasas para ahorrar y optimizar la supervivencia, en previsión de que te vuelvas a enfrentar a otro episodio de esas características", explica Ortí.


Y es que lo que se come debe estar en consonancia con lo que se gasta, por eso no sirve fijar unas calorías iguales para todo el mundo y no hay que obsesionarse con fórmulas encorsetadas.


Con todo, la industria es tan poderosa que es imposible no dejarse embaucar por estas promesas u otras como las de los quemagrasas. Pero ni existen los alimentos de este tipo ni está demostrado que la L-carnitina, como suplemento alimenticio, sirva para eliminar kilos, ni que las cremas reductoras puedan reducir cuatro centímetros de tripa en 40 minutos: para ser verdad debería aumentar la temperatura corporal en varios cientos de grados. Eso fundiría a la persona, según un modelo matemático desarrollado por el catedrático de Fisiología de la Universidad de Extremadura José Enrique Campillo. "El único quemagrasas que existe es comer menos y hacer deporte", dice Bernacer.


Sin base científica

Si una persona se para a pensar detenidamente en ellos, descubrirá que casi todos los mitos resultan absurdos. Los hay de tal nivel que sorprende que tengan tantos seguidores. Sin ser tan descabellado como la dieta de los berberechos y el bíter (hay que estar tres días a base de ese molusco y esa bebida), destaca uno que muchos habrán escuchado desde pequeños en sus casas: la miga del pan engorda más que la corteza. "Pero es justo al contrario, ya que aunque ambas tienen la misma composición y, por lo tanto, las mismas calorías, la segunda tiene más agua y aire. Por eso, a igual peso, la corteza engordará más por tener más calorías al haber perdido el agua en el proceso de tostado", matiza Bernacer.


El problema es que muchos de estos mitos son fruto de la búsqueda de un "culpable barato" que exima de la responsabilidad de cada persona en el estilo de vida que lleva, recuerda Ortí. Así, el 'eje del mal' lo forman, injustamente, la leche, los huevos, la sal, el azúcar y, sobre todo, las grasas. Pero, en su justa medida, todos son necesarios para que el cuerpo funcione bien.


"A las grasas, muchas veces, se las pinta como las malas de la película; y, sin embargo, son indispensables. Pero esto sucede porque es cierto que hay un exceso de grasas saturadas debido a que nos estamos alejando de la dieta mediterránea y nos estamos quedando con los hábitos de los antiguos bárbaros", señala el autor de 'Comer o no comer'.


Un mal ejemplo

Ese es el motivo por el que todos esos mitos, universales casi en su totalidad, son más frecuentes y tienen más seguidores cuanto peor es la alimentación, no solo de la persona sino también de un país. Por ejemplo, Estados Unidos tiene suplementos para cada día, aguas que oxigenan, cereales energéticamente puros… Creen más en los superalimentos porque es una forma sencilla de dejar a un lado la culpabilidad por una dieta poco saludable. Además, es bonito pensar que con un acto tan simple se palían los efectos devastadores de unas comidas muy ricas en grasas saturadas. Pero, ¿alguien se lo cree?



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