Barbie sandalias

Dos meses después de su estreno, he ido a ver ‘Barbie’. Pero no sé muy bien lo que he visto, aparte de un calculado, y en cierta forma efectivo –y efectista–, producto cinematográfico (la mayoría de las críticas han sido positivas) para relanzar como división Mattel Films, a través del universo de juguetes de la marca, que quiere potenciarse como franquiaciadora e impedir otra versión de Barbie, al parecer más satírica, en la que antes empezó a trabajar Sony (Alex Barasch, en ‘The New Yorker’, 2/7/23).
La cinta pone en solfa el patriarcado, aunque surfea con complacencia en el tópico romántico del hombre aferrado al poder para soslayar su dependencia de la mirada femenina y su falta de auténtica identidad. En aparente contraposición, el abordaje que se hace del feminismo oscila sin mucho rumbo entre la lúcida denuncia de las condiciones de exigencia vital máxima para las mujeres que hace Gloria, y la irrealidad de Barbieland, un reino de exclusivamente chicas ‘perfectas’, que no sé si entender como crítica al movimiento feminista o al modelo capitalista de mujer multitarea tortuosamente empoderada y algo taimada, que Mattel ha ido reflejando en sus muñecas. Esta indefinición me preocupa. Creo que vivimos ya en otra pantalla, más compleja.
Al final, entre guiños a la maternidad –cuestionada al comienzo–, Barbie ‘estereotípica’ cambia tacones por sandalias y deja la ficción para ser humana imperfecta. Y lo que no sé es qué tienen que ver las sandalias con la ginecología (uy, ‘spoiler’).