Por
  • Francisco Marco Simón

Ceremonias por la lluvia

Ceremonias por la lluvia
Ceremonias por la lluvia
Pixabay

Análisis recientes de polen fosilizado recogido en los sedimentos del Mar de Galilea han demostrado una sequía prolongada entre 1250 y 1100 a. C., cuando se produce el colapso de una serie de estados en el período del Bronce Final, entre ellos el Imperio Hitita. 

Ese cambio climático habría abierto una serie de procesos dramáticos reflejados por las fuentes, con escasez de grano, disrupción de las rutas comerciales, alteraciones sociales y guerras por obtener unos recursos menguantes.

Con motivo de la larga sequía que padecemos, en algunos pueblos se han hecho
rogativas pidiendo lluvia 

En la Antigüedad el azote de la sequía trató de paliarse mediante rituales mágico-religiosos para lograr la lluvia dirigidos a diversas divinidades atmosféricas: en el mundo griego se invoca a Zeus a través de epítetos como Huétios u Ombrios. En la isla de Cos había una asociación cuyos miembros –según una inscripción del siglo III a. C.– marchaban en procesión y realizaban sacrificios en honor de Zeus Huétios para que dispensara una lluvia benefactora. Una moneda de Éfeso exhibe una escena que resume la identidad política de la ciudad en época del emperador romano Antonino Pío (siglo II d. C.): Zeus, entronizado en lo alto de una roca, tiene un rayo en su mano izquierda y con la derecha derrama lluvia sobre Pión, dios de la montaña que domina la ciudad. El emperador Marco Aurelio (Comm. 5, 7) recoge una plegaria por la lluvia de los atenienses, y el mismo ritual se documenta en una inscripción de Frigia (Asia Menor) datable en el año 175. Por su parte, Pausanias, en su ‘Descripción de Grecia’ escrita también en el siglo II, documenta altares al Zeus de la lluvia en lugares diversos, así como un ritual sacrificial para obtenerla en el mismísimo Parnaso. En la ciudad tesalia de Cronon sabemos por una moneda allí acuñada en el siglo IV a. C., así como por Antígono (Hist. Mirab. 15), un escritor del siglo siguiente, que en el sello de la ciudad había un carro de bronce con dos cuervos y una gran vasija con agua. En épocas de sequía servía como elemento procurador de lluvia a través de un procedimiento de magia simpática: se movía el carro hacia delante y detrás –el ruido del carro simbolizaba el del trueno– y el desbordamiento del agua propiciaba la caída de la lluvia.

Ese papel de Zeus en el mundo griego lo ejerce Júpiter en el romano. Su relación con la lluvia la confirman autores como Tibulo o Estacio, y Virgilio (Georg. 1, 157) y Ovidio (Fasti 1, 681 ss.) aluden a rogativas pluviales por parte de los campesinos, mientras que en el Museo Nacional de Nápoles se conserva una inscripción a ‘Iovi Pluvia[li]’ (CIL IX, 324). Un pasaje del ‘Satiricón’ de Petronio (Sat. 44) alude a la procesión de matronas descalzas a lo alto del Capitolio para rogar a Júpiter por la lluvia, y hasta Tertuliano (Apol. 40), el obispo cristiano de Cartago, documenta hacia el año 200 un ritual practicado por ‘paganos’ que acudían igualmente descalzos (‘nudipedalia’) en una rogativa similar. Por no hablar del ‘aqualicium’, una ceremonia que, según Verrio Flaco (Paul. Fest. P. 2), consistía en la introducción en la ciudad del ‘manalis lapis’, es decir, la piedra que manaba agua, guardada extramuros junto al templo de Marte por los pontífices.

En la cultura grecorromana existían ya ceremonias
religiosas y mágicas que tenían la pretensión de propiciar la llegada de precipitaciones

Un último caso corresponde al llamado ‘milagro de la lluvia’. El historiador Dión Casio (72 (71) 8, 1) escribe que en el transcurso de la guerra contra el pueblo germano de los Cuados –año 172–, el ejército romano, sobrepasado por las tropas bárbaras, se encontraba en una situación de dificultad extrema debido al calor asfixiante y a la falta de agua. Entonces, tras la invocación del mago egipcio Arnufis, se agruparon de repente muchas nubes y comenzó a llover, lo que permitió a los soldados y a sus caballos beber y hasta recoger el agua en sus cascos; por el contrario, una tormenta de rayos se abatió sobre los enemigos. Este milagro de la lluvia aparece confirmado por diversas fuentes, especialmente por una escena de la columna de Marco Aurelio en Roma que representa a Júpiter alado derramando lluvia sobre las tropas romanas. Pero escritores cristianos (a partir de Apolinar, Apol. 76) adscribieron el milagro a su propio Dios atendiendo la plegaria de los soldados de la nueva fe, en un ejemplo notable de apropiación y deformación histórica.

Ejemplos antiguos de un problema ancestral convertido hoy en algo global, oscuro y profundo.

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