Por
  • Pedro Rújula

Superficialidad

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Pixabay

No tengo yo la sensación de que esta última campaña electoral haya sido muy intensa. Lejos de entrar a fondo en los temas que se oían en las conversaciones de la gente seriamente preocupada (la degradación de la atención sanitaria, el precio de la cesta de la compra, el coste de la vivienda o del alquiler, la saturación y el ruido en espacios urbanos…) nos hemos visto envueltos en polémicas que distraían la atención de lo que estaba en juego en las urnas. 

Hemos pasado semanas rodeados de intensos debates sobre un vestido de novia, sobre los insultos racistas a una multimillonaria estrella del fútbol o sobre sospechas de fraude electoral en un sistema que si algo tiene es su transparencia y dificultad para falsear los resultados. Cualquiera diría que no había nada demasiado importante en juego. Y, sin embargo, había indicios de que no era así. Los partidos estaban tomando en serio los resultados electorales en Aragón. Habían hecho desembarcar aquí a sus líderes con más frecuencia de lo habitual en este tipo de lides. Los medios de comunicación habían dado cuenta de las expectativas de voto del territorio aragonés muy por encima de otras elecciones. ¿Cómo es posible entender esta combinación de atención y falta de profundidad de las propuestas? Tal vez porque la superficialidad es el signo de los tiempos y la profundidad es enemiga de la comunicación eficaz y de las estrategias de atracción del voto. Solo nos queda confiar en que, a pesar de todo, nuestros sufragios hayan recaído en los mejores.

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