Por
  • Javier García Campayo

¿Por qué vamos tan deprisa?

¿Por qué vamos tan deprisa?
¿Por qué vamos tan deprisa?
Fiorella Balladares

Cuando era pequeño, uno de los juegos que solía compartir con mi padre era mirar a las personas por la calle, sin más. Mi progenitor, un hombre muy inteligente que, como casi toda la generación, tuvo que dejar de estudiar a los catorce años por la pobreza existente en el país, quería transmitirme lo que había aprendido en su relación con la gente. 

Quería que pudiese entender los sentimientos de los individuos por sus caras, así como por su forma de andar y comportarse. He de confesar que no era un buen alumno. Seguramente, con diez años, era demasiado pequeño para identificar bien los sentimientos de cualquiera, empezando por los míos. Pero siempre he pensado que ese ejercicio infantil de empatía fue una de las influencias que me condujo, años después, a ser médico.

Cuando era niño, lo que más me llamaba la atención de los otros, cuando los veía, era lo deprisa que iban. Yo se lo contaba a mi padre y él no le daba importancia porque, de hecho, aseguraba que no lo apreciaba así.

Cuando mi padre falleció, y yo ya contaba con casi cuarenta años, como homenaje a su memoria volví a jugar, una vez más, a ese pasatiempo de allende los tiempos pero, esta vez, a solas.

Durante la carrera de medicina y en los años posteriores, debido a mi profesión de psiquiatra, me había convertido en un experto en entender las emociones de las personas. Pero, curiosamente, ya no sentía que la gente iba corriendo como cuando era pequeño. "¿Por qué?" – me pregunté recordando mi infancia. Y la respuesta golpeó mi mente con dureza: "Porque yo iba a la misma velocidad que ellos, igual de deprisa, como casi todos los adultos". Por eso no me podía dar cuenta. Y ustedes, ¿también van deprisa o han podido levantar el pie del acelerador?

He conocido muchos adolescentes que, en vez de disfrutar de su extraordinario momento vital, querían convertirse prematuramente en adultos, sin pararse a saborear un período tan único como la adolescencia. También he visto jóvenes profesionales, en la flor de la vida, que deseaban quemar etapas para convertirse en maduros y exitosos directivos, desperdiciando su juventud.

Nos hemos convertido en una sociedad paupérrima, nos han robado lo más valioso que tiene el ser humano, aquello de lo que está hecha la vida: el tiempo

He tratado ejecutivos de éxito, agotados por sus demandas laborales, que sólo esperaban a que pasasen los años para jubilarse y poder así liberarse de tanto estrés. He atendido a jubilados que me exigían en la consulta que les citase a primera hora, porque todas las mañanas tenían infinitas cosas que hacer.

Pero, sobre todo, me he conmovido con madres y padres que tras alumbrar a sus hijos, tenían que reincorporarse rápidamente al trabajo, por la razón que fuese, y que se perderían la infancia de sus hijos, el momento más maravilloso de nuestra especie. Cuando se iban de la consulta, me entristecía profundamente, porque sabía que muchos de esos progenitores se arrepentirían de esa decisión al final de sus vidas.

¿Cuándo aprenderemos a parar los seres humanos de esta sociedad actual? ¿Cuándo acabará esta carrera a ninguna parte? Para la mayoría de nosotros terminará con la muerte: de repente, sin anunciarse, como suele llegar ella. Y habrá a quienes será una enfermedad la que les frene en seco, y les permita reflexionar sobre nuestro absurdo estilo de vida.

José Mújica, el anterior presidente uruguayo y un gran sabio de nuestros tiempos, afirmaba que la sociedad actual nos engaña: "Nos ofrece cualquier tipo de objeto que puede comprarse con dinero pero, a cambio, nos quita lo más valioso que tiene el ser humano, por no decir lo único: el tiempo".

Un buen amigo mío, maestro de meditación, me contaba que, en uno de sus viajes a África, a uno de los países más pobres del mundo, un anciano nativo, representante de la profunda sabiduría de su tribu, le espetó a la cara: "Vosotros, los occidentales, sois muy orgullosos, os creéis superiores a todos los demás pueblos. Pensáis que sois ricos porque tenéis posesiones: Tenéis relojes, pero no tenéis tiempo. Nosotros os parecemos pobres porque no tenemos nada. Nunca tendremos relojes, pero somos mucho más ricos que vosotros, porque tenemos lo único importante, el tiempo".

Nos hemos convertido en una sociedad paupérrima, nos han robado lo más valioso que tiene el ser humano, aquello de lo que está hecha la vida: el tiempo. Y..., lo que es más grave, ¡ni siquiera nos hemos dado cuenta!

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