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  • Jesús Morales Arrizabalaga

Aragón, primero, ¿y después?

Aragón, primero, ¿y después?
Aragón, primero, ¿y después?
POL

Julian Barnes describe una escena: el invitado encuentra a la anfitriona. Le mira y comprende. Sólo dice una palabra: "¿Némesis?". Ella confirma. Ambos comparten ahora la dificultad de esa elaboración y su experiencia de fracaso.

A mí me pasa con muchas cosas, pero me duele especialmente mi incapacidad para cuadrar un buen ceviche. ¡Maldita leche de tigre! No doy con las proporciones. Cocinado, pensando en modo cocina, completo mi formación jurídica perfilando los conceptos de ‘proporción’ y ‘dosis’, tan necesarios y útiles en uno y otro escenario.

El sistema de conceptos jurídicos se asienta en unas pocas docenas de conceptos, todos ellos enormes, densos y difícilmente abarcables y conciliables. Muchas veces comparten espacio de significado y hay que establecer su relación; ahí entran las nociones de proporción y dosis.

Una de esta parejas de conceptos tiene en un extremo la noción de persona, de individuo; en el otro la de humanidad toda, la universalidad. Por eso nuestra iglesia cristiana se define católica (universal) y el himno de la Unión Europea expresa su ideal de fraternidad universal. A partir de estas dos referencias se han desarrollado muchos de los conceptos principales. Por citar uno, el de ‘derechos humanos’: aquéllos que corresponden a la persona por el simple hecho de su nacimiento. Aquí persona y humanidad se conectan a través de la igualdad: como todos somos iguales por nacimiento, los derechos de las personas individuales se hacen universales.

España está hoy instalada en un estadio de tribalización que acentúa la alteridad,
la diferencia, la rivalidad, el odio... 

Plantear sobre papel esta relación entre lo individual y lo universal no es complicado. Aplicarla para fundamentar un modelo social que funcione es otra cosa. De momento no hemos tenido éxito, como mi ceviche. Las propuestas son variadas, dependiendo de la proporción de cada uno de los dos ingredientes principales (persona individual y humanidad).

Aprovechando esta dificultad de combinar los dos extremos, han ido apareciendo entes intermedios –más que individuo menos que humanidad– formados recurriendo a distintos criterios y dando como resultado entes de dimensiones igualmente variadas. Estos entes se fundamentan en un refuerzo de la idea de ‘lo nuestro’ que conlleva una exageración proporcional de la de ‘lo ajeno’. Nosotros frente a los otros.

La emergencia de estos entes intermedios tiene efectos dañinos. El principal es la tribalización: Entre la vecindad y la familia biológica originarias, hasta la ciudadanía romana universalizante, quedó un espacio político enorme que se cubrió con tribus. Tribus de base territorial, dominical, racial, cultural; por comunidad de intereses (como la nación de los mercaderes)...

La tribalización difumina al individuo y hace imposible las referencias universales. España está hoy instalada en un estadio de tribalización que acentúa la alteridad: la diferencia, el antagonismo, la rivalidad, el odio, la aniquilación... Es nuestra escupidera política hacia la confrontación.

‘Aragón primero’, y sus variantes. Las formaciones principales usan lemas de este perfil, lo cual neutraliza su valor. Son irrelevantes porque se afirma lo ya compartido. Aragón primero, ¿qué si no? Es nuestra perspectiva... el mundo visto desde Aragón.

La tribalización difumina al individuo
y hace imposibles las referencias universales

Aragón por encima de todo. ¿Y debajo? El recuerdo de la existencia de Teruel tiene una lógica que no es extensible al todo Aragón; sólo desde la exageración puede pensarse que pasamos desapercibidos. Los programas comienzan cuando las fuerzas de estos lemas se agotan. Estamos en un tren. La primera estación es Aragón. Se trata de saber si recorre un circuito cerrado de corto recorrido o si nuestro destino es más lejano. Aragón primero, ¡de acuerdo! ¿Y luego?

¿Y España qué? ¿De verdad nos conformamos con una agregación, un mero conglomerado de tribus territoriales sin más aglutinante que la oportunidad? Sin mirar al pasado (mirando lo justo al pasado), partiendo de los Aragón y España actuales, ¿no querremos definir un proyecto común, integrador? Un proyecto que difumine las tribus.

El protagonismo de los entes intermedios consigue logros materiales pero fragmenta los espacios políticos, añadiendo dificultades para afrontar problemas que desbordan el territorio de la tribu y la duración de un ciclo electoral. Convierten la política en un puzle aleatorio sin imagen organizadora. ¿No estamos sacrificando la realización del ideal de fraternidad universal de Schiller y Beethoven (‘Alle Menschen werden Brüder’)?

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