Por
  • Octavio Gómez Milián

Lista de asesinos

Foto del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza el 11 de diciembre de 1987
Foto del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza el 11 de diciembre de 1987
Archivo Heraldo

Tengo cuarenta y cuatro años. Tenía nueve años cuando, en el autobús que me llevaba a los Marianistas, me enteré de la masacre de la Casa Cuartel. Tenía veintitrés años cuando mataron a Manuel Giménez Abad en la acera por la que iba de casa de mis padres a casa de mis abuelos. Jugaba el Zaragoza, eso ya lo sabrán. 

Y tenía uno menos la noche del 19 de agosto, cuando Enrique Bunbury tuvo que acortar su concierto en Pirineos Sur por amenaza de bomba. Al día siguiente Irene y José Ángel fueron asesinados en Sallent de Gállego. Como no teníamos coche bajábamos del pantano de Lanuza al pueblo caminando. Solo teníamos vida. Ahora, repito, tengo cuarenta y cuatro años y este curso me han pedido un certificado de penales. No rechisté. Un documento que certificara que no éramos unos asesinos ni que habíamos sido detenidos por colaboración con banda armada. En las listas de Bildu crecen como fiemo los nombres de los hijos de la serpiente. Son como algarrobas podridas que nos lanzan a la cara para jactarse de la prepotencia que les da la inanición de nuestro Gobierno. Tuve en mis manos el voto a Javier Lambán. Sí, metido en un sobre. Hasta que mi presidente salió con unas declaraciones dictadas por Madrid sobre Bildu y los pactos. Y me sentí ofendido. Me imaginé a Pedro Sánchez rebañando los votos de los buenos aragoneses que creen que el PSOE aragonés es un dique contra la humillante política pactista del Gobierno central. No quiero más declaraciones. Quiero actos. Por favor, no insulten más mi inteligencia.

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