Por
  • María Pilar Clau Laborda

Intuición

Intuición
Intuición
Pixabay

Me maravilló la presteza con la que unos niños improvisaron la lectura de uno de mis poemas en la Feria del Libro de Teruel. Me deslumbró su prontitud y, aún más, su ilusión, la alegría con la que se apresuraron a cambiar el curso de un espectáculo para introducir mi poema. 

Fue un momento inolvidable. No lo pensaron ni un segundo. Cualquier adulto habría dudado, habría barajado los pros y los contras, habría pensado en lo que podrían decir los demás (los compañeros, el público…). Ellos, no.

Los adultos sólo actuamos con esa naturalidad y con ese coraje cuando confiamos en la intuición, el conocimiento sutil y callado que lo registra todo con mucha rapidez y de la misma manera nos informa. Al lado de la razón, la intuición analiza en un lugar oscuro. No conocemos los factores ni los procesos, sólo afloran sensaciones, chispas. Cuando imagino la intuición trabajando a escondidas vienen a mi memoria las manos de mi hermano de niño. Las escondía en la espalda cuando le preguntaban las tablas de multiplicar y contaba con los dedos mientras respondía con el mismo brío que quien responde de memoria. No recuerda por qué lo hacía así, quizá porque, si había aprendido a sumar y a restar con los dedos y le había funcionado, ¿por qué no seguir utilizándolos? Para él era un método infalible; nunca se equivocaba. Tampoco se acuerda del motivo por el que escondía las manos. Seguramente porque alguien le habría prohibido contar con los dedos, o porque nadie multiplicaba de esa manera.

La intuición es espontaneidad, instinto, sabiduría primordial. La razón nos equipara y la intuición nos distingue. La exigencia de ser como todos, la creencia de que todos hemos de hacer las cosas de la misma manera, tener la misma voluntad, los mismos sueños, limita, ciñe y cercena. Sólo cuando uno acepta que es distinto, es capaz de romper muros, de salir, de vivir. La expresión de uno mismo exige desafiar la visión única de la realidad, volvernos más críticos y más tolerantes.

Crecemos y nos vamos ajustando socialmente. Premios y castigos van encauzando nuestras decisiones hasta que automatizamos el proceso. Nos homogeneizamos. Cuestiones como el qué dirán o querer ser como todos deforman nuestra manera de ver la realidad. Nos obsesionamos con la objetividad y nos perdemos la extraordinaria riqueza de muchas subjetividades.

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