De tertulia con el obispo

El arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, este martes en el palacio arzobispal.
El arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano.
Toni Galan

Aterrizaba hace unos días el obispo Carlos Escribano en nuestra parroquia, en una de esas visitas pastorales que permiten allanar el camino entre la jerarquía y los fieles. No parece complicado en una persona amable en el trato, cercana en la conversación y atenta a las preocupaciones. Sin apariencia de celeridad.

El encuentro se anunciaba con tiempo, así que, a pesar de la dificultad de hacerse hueco en un día laborable, fue notable la representación de parroquianos. Que de paso el párroco agradeció. Porque, al fin y al cabo, quienes visitamos la iglesia con regularidad también somos conscientes de la necesidad de arropar a la autoridad eclesiástica, reconocido el mérito, no siempre sencillo, de patear las calles de su gobierno.

En ese ambiente de confidencialidad y cercanía, el obispo se pone a tiro de fiel; y asume las naturales preocupaciones del militante de a pie, que si bien no suelen ser complicadas se adentran en ocasiones por escenarios de no muy sencilla resolución. Que bien se sabe que para algo doctores tiene la Iglesia…

Y se desbroza una conversación sencilla –la del parroquiano–, centrada casi siempre en atenciones logísticas y jalonada también por las profundidades por las que necesariamente a todos nos conduce la fe.

El tiempo de asueto es posterior a la celebración litúrgica en la que el obispo se ha detenido a aclarar las rutas por las que ha de conducirse el cristiano: el rezo que alimenta el alma, el ánimo de ocuparse de los demás y el esfuerzo por ser ejemplo y guía. Apenas un puñado de pautas de calado, con capacidad de abrirse en abanico.

Entre empanadas, tortillas y pastas, acabamos de desenredar las conversaciones que han servido de paso para actualizar recuerdos y recuperar amistades, enterradas por entre la rutina del día a día. Conforme avanza la jornada, hasta el alma se pliega al desgaste del cuerpo; y en la despedida –personal, de uno en uno–, el eclesiástico no duda en solicitar esa oración que, a veces con aires de soniquete, se aplica en cada misa por su persona. Lunes de tertulia con el arzobispo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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