Por
  • Fernando Sanmartín

Selección de mensajes

Una de las quejas recogidas en el muro para dar la tabarra del barrio Oliver
Selección de mensajes
Víctor Meneses

Hay mensajes. Continuamente. Y no es solo cosa de náufragos. Porque camino por la calle Madre Rafols, junto a la parte trasera del hospital Provincial, y veo en la pared de ese hospital una frase escueta, breve, categórica, de alguien que, imagino, tuvo un problema de salud: “Akí estuve”. Es una reivindicación del yo, un dejar atrás algo malo, una afirmación.

Pero fuera de la ciudad, lejos, en un lugar hermoso como es el punto de partida para ascender a la Peña Oroel, observé hace pocos días otro mensaje en la ventanilla de una furgoneta Renault. Lo había puesto su dueño en un pósit. Y decía esto: “No hay nada valioso dentro. Gracias por no molestar”. Un detalle, pensé, para los cacos.

También hay mensajes no escritos. Y acabo de conocer uno que me narra G., exbanquero y lector, cosmopolita. Su madre tiene 96 años y vive en una residencia. Él va casi todos los días a verla y alguna tarde sale con ella a una heladería donde le compra un crocanti, que adorna con un chorrito de whisky J&B. Ese helado es como ver la magdalena de Proust en el barrio del Actur.

Y recuerdo que cuando Miguel Indurain sufrió el mayor destrozo en el Tour de Francia, en una subida a Hautacam, un periódico deportivo abrió al día siguiente su portada con una foto suya y este mensaje: “No te vamos a dejar solo”.

Acaba de empezar una campaña electoral. Los mensajes se agolpan. Son un tiroteo. Los hay como ramo de perejil. Los hay que amodorran o que son llama simple de mechero. Los hay que pronto serán amasijo de chapa. Y merecemos ideas, mensajes que permanezcan, mensajes como cuando miras el mar.

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