Por
  • Aurelio Viñas Escuer

Las particularidades de la sequía

Las particularidades de la sequía
Las particularidades de la sequía
Pixabay

Estamos en época de sequías, todas preocupantes. Tenemos sequía política, sequía moral y religiosa e incluso algo de sequía intelectual. Pero la más preocupante en estos momentos parece ser la sequía meteorológica. Y solo a ella voy a referirme. 

Llueve muy poco y eso hace que el agua amenace con escasear en los ríos y en las fuentes. Y no olvidemos que el agua es tan necesaria para la vida como el aire que respiramos. Y esa agua viene del cielo a través de la lluvia. Y un poco también de la nieve. El libro titulado sencillamente ‘Refranes’, publicado en 1997 por Editorial Sopena, contiene ochenta y tantas frases referentes a la lluvia. Muchas de ellas, relacionadas con el cuarto mes del año, por eso de que "abril, aguas mil". Así se desprende también de los datos sobre la pluviometría de los últimos veinte años. Pero abril, por primera vez, nos ha traicionado terriblemente, tanto a nivel regional como nacional, no cayendo en algunos lugares ni una gota de agua.

En mi pluviómetro particular, he recogido nueve litros en todo el mes. Esto en Chimillas, pueblo de la Hoya de Huesca, al pie de la sierra de Gratal. Si se tiene en cuenta, además, que en marzo solamente cayó aquí un litro, las cosas no pueden ir a peor.

¿Las causas? Se hace mención con frecuencia al cambio climático. Y en efecto, su influencia puede ser grande. Pero no despreciemos la deforestación que se está produciendo en nuestros bosques. En el siglo XV las masas forestales todavía ocupaban en nuestro país superficies muy extensas. Un embajador extranjero escribió después de un viaje a Granada en visita a los Reyes Católicos: "Desde Irún a Santa Fe (en las puertas de la ciudad granadina) no he dejado de pasar por un interminable bosque". Los siglos siguientes fueron testigos de una deforestación constante, en función de los requerimientos de la ganadería, de la construcción naval y de la utilización de la madera en los hornos de fundir metales. Y algo después, ya en el siglo XIX, la famosa desamortización fue funesta para nuestra riqueza forestal, al permitir la roturación de grandes extensiones de bosque para dedicarlas al cultivo de cereales. No puede sorprendernos pues que Miguel Delibes, a quien tuve el honor de conocer, en su ingreso en la Real Academia Española, en 1975, dijera: "El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza como si fuera el último habitante de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciase un futuro". A todo ello hay que añadir últimamente los incendios, unos casuales y otros impunemente provocados.

También quiero recordar un artículo que escribí en marzo de 1978 haciéndome eco de que el Sáhara, el mayor y más árido desierto de la Tierra, era hace ocho mil años una región de grandes bosques, verdes llanuras y algunos ríos y lagos, según se deduce de los fósiles. Y algo parecido puede decirse del Sinaí.

Con estas disquisiciones hemos llegado al quid de la cuestión. ¿La seguía actual puede ser un ciclo breve, como las sequías de la Biblia, o ha llegado para quedarse de forma permanente, como una maldición? Me temo que se trate de lo segundo. Y ojalá me puedan tachar pronto de pesimista.

Y nuestros gobernantes, con el señor Lambán a la cabeza, en lugar de pensar seriamente en todo ello parecen mirar para otro lado. Hasta ahora, y tal vez de un modo aberrante, hacia la unión de las pistas de esquí, lo que no dejaba de ser una tontería millonaria. No conducía a nada adulterar la belleza de los valles pirenaicos con cables y cabinas que podían convertirse en chatarra. Más les valdría crear masas forestales donde el terreno lo permita. Y no talar ni un solo árbol, ni en Aragón ni en España. A menos que les urja reponer serrín en sus cerebros.

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