Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

El rey siempre estará desnudo

El rey siempre estará desnudo
El rey siempre estará desnudo
Fiorella Balladares

Araíz de un artículo que publiqué hace unas semanas, recibí un correo desde Toronto. La persona que lo envió, más culta y bondadosa que yo, me agradecía la lucidez de la pieza y que siguiera denunciado la permanente desnudez del emperador. Pero también recordaba que siempre hay motivos para el optimismo. 

Desde América del norte sostenía que debemos apreciar los frágiles diques que se han construido en Europa, levantados frente a la intemperie y las tempestades.

Esta persona, más inteligente y empática que yo, tenía razón. La construcción del Estado de bienestar en Europa en torno a unos servicios públicos universales es un logro histórico que debemos valorar. Pero ello no obsta para seguir formulando críticas, que no tienen por objeto derribar los diques, sino reforzarlos.

Mis diatribas contra el servicio público de la educación provienen de su tendencia a perpetuar en la condición de niños a sus usuarios, con la tendencia al infantilismo que ello acarrea. La sobreprotección genera, a largo plazo, desprotección.

El Estado de bienestar construido en Europa en torno a unos servicios públicos
universales supone un gran logro histórico, pero ello no obsta para que debamos
seguir formulando críticas a su funcionamiento

Cuando se alude a los servicios públicos se olvida con frecuencia a la Justicia, quizás el más importante. No estamos sólo ante un poder del Estado, estamos en presencia de un servicio público esencial, que está colapsando.

Coincidiendo con la proclamación del derecho constitucional a la vivienda, aunque con rango de mero principio rector de la política social y económica, empezó a descender exponencialmente la construcción de viviendas de protección pública.

La sanidad y el sistema de pensiones se tensionarán en los próximos años como consecuencia de un paulatino e irreversible envejecimiento de la población. Los servicios sociales están superados por la existencia de regulaciones prolijas y contradictorias.

Los continuos períodos electorales, con su carga de demagogia y su mirada cortoplacista, tampoco contribuyen a encarar estos problemas con la serenidad precisa. La democracia implica complejidad, pero no debería comportar confusión. La democracia se basa en la pluralidad, pero nunca debería conllevar fragmentación. La democracia busca la consecución del interés general, que no consiste en la mera suma de todos los intereses individuales.

Obviamente, las sombras que acecharon y se extendieron por Europa hace un siglo no asoman de momento. El comunismo y el fascismo, dos excrecencias derivadas del socialismo, aunque latentes, no suponen un riesgo real para nuestros sistemas democráticos.

En otro correo, un lector se preguntaba cuál era la finalidad última de mis colaboraciones, habida cuenta de que no hay un sesgo partidista en las mismas y que la posición/oposición que adopto me puede condenar al ostracismo. Le contesté que, únicamente, pretendo preservar determinados espacios de libertad que están siendo erosionados. No estamos ante un cataclismo, pero no hay nada más frustrante que la autocensura.

Tengo fobia al sufijo ‘fobo’. Cualquier crítica razonable, destinada a denunciar una desigualdad no justificada –una discriminación, en suma– puede ser tachada de fóbica y bastará esta mera invocación para ser repudiado. La excomunión es hoy laica. Aunque eso sí, está fomentada, como siempre, por los poderes públicos, con objeto de extender su control sobre la sociedad.

Si nos preguntamos acerca de quién ha sido el mejor político desde el restablecimiento de la democracia, las respuestas probablemente varíen con el transcurso del tiempo. A fecha de hoy, muestro un razonado reconocimiento por Adolfo Suárez y por Julio Anguita. El primero, con su realismo estratégico, nos permitió soñar y el segundo, con su exacerbado idealismo, nos despertó del sueño. Ambos lideraron organizaciones políticas profundamente divididas en las que aparecía la referencia a la ‘unidad’ en su nombre.

En fin, siempre que sea posible seguiré denunciando la desnudez del rey, aunque el paisaje cada vez se parece más al de una playa nudista.

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