El museo Guggenheim de Bilbao expone obra de Oskar Kokoschka.
El museo Guggenheim de Bilbao expone obra de Oskar Kokoschka.
Europa Press

Oskar Kokoschka firmaba OK en cualquiera de las esquinas de sus cuadros. 

Estoy frente a uno de sus célebres autorretratos. Con esa fuerza que le caracteriza, que por algo lo calificaron como «el gran salvaje», quiere seguirme en mi recorrido por el Guggenheim, y de vez en cuando me vuelvo a mirar atrás. No ha salido del cuadro. Pero yo noto una presencia desde que he llegado a Bilbao, y esa presencia no es otra que la de mi abuela paterna, que vivía en Bilbao en los años en que OK empezó a escandalizar al mundo con su arte expresionista y simbólico y al que los nazis incluyeron en ‘el arte degenerado’. Puede que a ella le hubiese gustado este hombre que a mí me resulta familiar. Hace años que mi abuela paterna pone su mano en mi hombro cada cierto tiempo. Como no la conocí, pues murió muy joven con el corazón roto y muy poco se hablaba de ella en la familia, no le he prestado la atención que hoy, en su ciudad, ya no puedo eludir. ¿Vería ella desde su ventana los mismos montes boscosos que veo yo al otro lado de la ría? Mi madre, que tampoco llegó a conocerla, no me saca de dudas pero me recuerda que tenemos un libro sobre mi tío abuelo Miguel de la Fuente, músico vasco que compuso pasodobles, tangos, chotis, marchas festivas y fúnebres. Se casó en 1932 con una jarrera después de sacar la oposición de director de la Laureada Banda Municipal de Música de Haro. ¿Fue por su hermano que mi abuela se casó también en Haro, con mi abuelo José Grande, o fue al revés la secuencia? Si OK buscaba la verdad con su arte, dime, abuela, ¿no podría hacer yo lo mismo?

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