El Caballero de la Blanca Luna

El caballero de la blanca
El caballero de la Blanca Luna
Heraldo

El discurso de Javier Lambán del pasado 23 de abril, Día de Aragón y de san Jorge, no tiene pérdida. Merece la pena escuchar y ver el vídeo, disponible en Youtube. Es curioso su modo de contar historias. 

Por un lado, unos cuantos brochazos de historicidad blanda que derivan en rogativa para pedir la lluvia al santo. Por otro, trazos finos con detalles argumentativos densos y de largo alcance. Entre unos y otros, se percibe que el presidente de nuestro país, de Aragón, ha visto las orejas al lobo. Muestra una parte entrañable de quien reconoce su vulnerabilidad y crece ante la adversidad. Transmite lealtad a sus amigos y lo intenta con sus ideas.

Es fácil empatizar con su ‘orgullo aragonés’ y con ese legado que atribuye a los ‘padres fundadores de la autonomía aragonesa’ de "declararnos orgullosos de pertenecer a una comunidad política que es milenaria", en definitiva, de nuestro país, de Aragón. Su apelación a la unidad que supera las diferencias es un modo encomiable de reafirmar su gestión. Bien distinto de la pretensión de ir "al unísono", destilando un perfume que olvida las maravillas de la polifonía. Ese juego retórico emborrona lo esencial: redescubrir el Aragón que somos y hemos construido estos últimos cuarenta años. Ronronea y se complace satisfecho de haber gobernado esta última legislatura.

Da la impresión de estar rodeado de palmeros y aduladores, de no necesitar abuela, ni de aportar datos bien fundamentados. Le basta con enunciar las palabras mágicas: felicidad, igualdad y calidad de vida. Y desliza una trampa de fondo. Quizá le traiciona su inconsciente, olvidando la libertad, relegada a un segundo plano. Antes de llegar a la libertad como pilar fundamental de toda sociedad democrática, reparte elogios con alguna puñalada soterrada criticando a "inversores foráneos que en el corazón llevan cualquier cosa menos el color de los equipos a los que dicen defender". Volvió a repetirse, sin nombrar a Nuccio Ordine, en su defensa de la cultura y de los saberes humanísticos, de la democracia y, por fin, de la libertad.

En su discurso del Día de Aragón, Javier Lambán quiso distinguirse de su jefe de
filas, Pedro Sánchez, que supone un lastre de cara a las elecciones; pero en el fondo sigue manteniendo la dependencia del inquilino de la Moncloa

Se regodeó con Teruel que tildó de ‘metáfora del éxito’. Sabe que ahí tiene un espacio de incertidumbre. Después entró en la parte más creativa, donde se constata su vocación lectora, recordando que era el Día del Libro. Recurrió a Cervantes para jugar con el paso de don Quijote por la Aljafería y su posterior derrota en las playas de Barcelona. Y ahí resucitó a Sansón Carrasco planteando el dilema de cómo practicar un buen gobierno. Según Lambán, la tensión entre idealismo y pragmatismo en el "dignísimo menester que es la política", la resolvió Max Weber con "la pasión ardiente por aquello en lo que se cree y la mesura razonada para alcanzar los objetivos que se persiguen". Esto sin citar fuentes ni reconocer inspiraciones ajenas que se encuentran a poco que se busque (véase en internet ‘Manuel Azaña y la vocación política’, en el núm. 1 de la ‘Revista Gobernanza’).

Más allá de estas intertextualidades da la impresión de que quiso situarse en las antípodas de su jefe de filas, de Pedro Sánchez, cuando apeló a principios, valores, sentido común, amor a la verdad y a "la causa de España como gran proyecto nacional". E insistió en la diferencia al mentar el ruido, el frentismo, la polarización que "destrozan cualquier posibilidad de encaminar el país por los buenos derroteros". Resaltó la transversalidad, la centralidad, la gobernanza y la Constitución. En la forma y en el fondo se quiso desmarcar de Sánchez, de su peor lastre para las próximas elecciones. Y la letra de la melodía suena bien, pero la música de fondo no engaña.

Lambán se ha movido y se mueve al ritmo que marca el jefe de la Moncloa, mentiroso contumaz, carente de escrúpulos, sin más principio que su propio interés. Lambán vive en su interior el dilema de enfrentarse a los desvaríos de Pedro Sánchez –desde sus convicciones– o plegarse –traicionándose a sí mismo–. No sabe si ser Quijote, el Caballero de la Blanca Luna o el Caballero Oscuro. Quizá esté releyendo a Azaña para pensar cómo salir del atolladero. En las próximas elecciones muchos quieren votar contra Sánchez. La factura la pagará Lambán, no está fácil distinguirse si se dice amén al jefe cada vez que tose.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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