Misoginia literaria

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Hace unos días un importante escritor español fue acusado de misoginia por una periodista ávida de hacerse un nombre a costa de lo que sea, únicamente por haber escrito en uno de sus artículos que no le gustaba la obra de María de la O Lejárraga y que le parecía "que olía a rancio". 

De nada servía que ese mismo escritor llevara años promocionando y recomendando la obra de Anne Tyler, Alice Munro, Elsa Morante y Natalia Ginzburg, o que en ese mismo artículo defendiera la literatura de Concha Alós y de Luisa Carnés. Daba lo mismo: la fetua ya estaba dictada por esta nueva ayatolá del integrismo feminista con un mensaje claro: te tienen que gustar ‘todas’ las mujeres escritoras y si no atente a las consecuencias. Yo, inmediatamente, y por aquello de ‘cuando las barbas de tu vecino (y de tu vecina, desde luego) veas pelar’, me apresuré a escribir un tuit en el que defendí fervorosamente los libros de Carmen de Icaza y de Barbara Cartland, y por si las moscas aseguré que en mi casa habíamos sido siempre muy de Lejárraga, tanto al menos como lo eran de Faulkner en el pueblo de ‘Amanece que no es poco’.

Después de esto a ver quién es el guapo que tiene el valor de decir que no le interesan mucho los libros de Jacinto Benavente, aunque lleve media vida leyendo a García Lorca, Cernuda, Gil-Albert o Gil de Biedma: nuestra aguerrida periodista se tira de nuevo al monte, saca de su carcaj la flecha de ‘homófobo’ y te la lanza inmisericorde. Así que quede claro: soy tan de María Zambrano como de J. K. Rowling, y tan de Antonio Gala como de Thomas Mann. Que no quiero líos.

(Puede consultar aquí todas las notas costumbristas y artículos escritos en HERALDO por José Luis Melero)

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