Añoranza de Fernando Lázaro

Añoranza de Fernando Lázaro
Añoranza de Fernando Lázaro
Lola García

Algunos políticos pretenden que se les juzgue por sus intenciones. Pero, sin menospreciarlas, desde Maquiavelo es notorio que el criterio principal para calificar al gobernante son los resultados.

La mente esclarecida del florentino hizo comprender que, si bien los medios utilizados para alcanzar un fin no eran del todo indiferentes, el público no los tendría demasiado en cuenta si el gobernante había conseguido los fines deseados y anunciados. A las intenciones expresadas es menester añadir los logros. La regla general e inexcusable en el juicio a los políticos y a los dirigentes sociales, más que a cualesquiera otros, es inquirir si lograron lo que aseguraron que lograrían.

Hay gobernantes que no solo no logran lo anunciado, sino que, por incompetencia, consiguen lo contrario. Así, cientos de violadores, acosadores, agresores sexuales y pederastas han tenido que ser puestos en libertad o aliviados en sus condenas (una de cada cuatro revisiones de pena) por una ley nueva, tan pregonada como mal concebida.

Es caso comparable con el de la lengua que la misma gente irreflexiva quiere cambiar por su cuenta. Hay que ser petulante para exhibir la pretensión de que los hablantes de español utilicen en todo el mundo un nuevo concepto del género epiceno, que se aplica al ser femenino y al masculino de forma indistinta, como ‘bebé’. Perdiz, persona y cebra son de género femenino, pero designan a seres de cualquier sexo. Porque el sexo es biológico, no la palabra. Es básico comprender algo tan sencillo. ‘Persona’ es femenino, aunque la víctima sea un varón.

Si la cebra es macho o hembra no es asunto de ese término. No es difícil, si se quiere entender que cebra es palabra femenina y epicena. La cebra macho tiene testículos, pero no preñeces.

Al oír ‘los cuervos son negros’ o ‘las ocas son blancas’ no se está excluyendo ni a hembras ni a machos. La lengua no es tan simplona como estos neohablantes combativos: incluso puede decirse que LA cebra es UN herbívoro. (Se sobreentiende ‘animal’).

A lo largo de siglos, y con la ayuda de una literatura deslumbrante, nuestra lengua, una de las pocas que son universales, ha fraguado usos que la hacen inteligible para cientos de millones de personas; y esa comunidad de uso es una ligazón poderosa y de peculiar fraternidad entre seres humanos de muchos países.

De esta solidaridad no se ocupan esos gobernantes sinsorgos que ignoran y postergan un valor tan principal. Se creen dueños de una lengua gigantesca y antigua y se empecinan en innovarla risiblemente hablando de ‘las niñas, los niños y les niñes’, un colmo de majadería que anhelan difundir.

Hay palabras cuya terminación no asigna género (ni, menos aún, sexo), porque es doble: el atleta, la atleta, la artista, el artista, el estudiante, la estudiante. Cualquier hablante lo sabe sin ser gramático. ¿Qué hacer con ellas?, se pregunta nuestro insufrible adanismo innovador. ¿Decir ‘las artistas, los artistas y les artistes’? ¿O ‘Autoridades y autoridadas’, frase de ahora mismo en boca de una líder (o lideresa, o lídera) hoy en boga por su afán sumatorio? Cuando anda uno (o una, o une) por veredas escabrosas, lo probable es que acabe en el descalabro.

Gobernar con resultados opuestos a los anunciados es tan pasmoso y condenable
como pretender crear una neolengua española desde un despachito ministerial

Hay más clases de palabras que no manifiestan género. La historia les ha dado una función doble, pues son, a la vez, masculino y femenino: bedel, conserje, juez, comandante, concejal, etc. Tienden a generar femeninos, que se aceptan como vulgarismos (bedela, concejala) y se van asentando. Pero, ¿oiremos concejala culturala?, ¿o cada cuál y cada cuála?

De esa estirpe es superfluo el vocablo jueza, porque, a diferencia de la pareja abogado / abogada, la terminación es indiferente. Juez, que termina como nuez, no tiene marca de género (al menos, hasta nueva orden). El plural de nuez, como el de persona, es femenino: las nueces, las personas; pero el de juez es masculino y eso irrita tanto a quienes detestan ese género que se obligan a decir ‘los jueces y las juezas’. (‘Les jueces’, todavía no).

Fernando Lázaro decía, con su fina percepción, que ‘fiscala’ y ‘jueza’ eran formas "de fea catadura" en nuestra lengua. Es una expresión certera, un dardo en la palabra. El filólogo y académico pensaba, con perceptible horror, que la ignorancia sexista quería imponer ‘sacerdota’, ‘oyenta’ o ‘pilota’ y así lo dejó escrito. Con ‘pilota’ acertó y ya hay habladores esclarecidos que la emplean, muy ufanos por el notable avance que ello implica en los derechos de las mujeres. Son los mismos que hablan de sargentas, pero aún no se atreven a hablar de ‘cabas’.

Estando con don Fernando en Magallón (1998), junto con Juan A. Frago y nuestras esposas, le pregunté qué hacer tras la admisión de ‘jueza’ en el Diccionario. Fue claro : "Es un error y habrá que arreglarlo". Pero no pudo.

Puede decirse de todo sin faltar a la gramática. Por ejemplo, ‘el sexo legal dependerá de la voluntad de cada cual en cada momento’. La frase es correcta. La intención, buena. La idea, un desatino.

(Puede consultar aquí todos los podcast y todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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