Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Izquierda inofensiva

Izquierda inofensiva
Izquierda inofensiva
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Inocente. Mi primera opción para el título de este artículo era ‘izquierda inocente’. Me gusta bucear en las profundidades del significado de las palabras, muchas veces para buscar el núcleo latino y griego. 

Desde allí hago guiños para dar al lector una pequeña recompensa en forma de huevo de pascua semántico. Es un juego de complicidad. En ‘inocente’ se hubiera descubierto fácilmente una referencia al juramento hipocrático y la tan antigua como útil regla ‘non nocere’: no hagas daño, no hagas más daño del estrictamente imprescindible. Así entendido, mi titular era una súplica para que los que se han apropiado de la etiqueta ‘izquierda’ dejen de hacer daño innecesario a los rivales, a las instituciones, al lenguaje… a su propia dignidad como elegidos.

No me he atrevido. Estamos en un momento de lenguaje binario. No pasamos de la superficie del significado de las palabras. Si dijese ‘inocente’ automáticamente muchos receptores del mensaje crearían una categoría opuesta formada con ‘culpables’. Si no es A tiene que ser B. Ya nos ha pasado con una expresión tan poco significante como ‘gente de bien’, ante la que tantos reaccionaron airadamente al entender que implicaba en una categoría contrapuesta ‘gentes del mal’. Hacemos mucho daño extendiendo este enfoque binario a todo; sólo ceros y unos. Bueno-malo, inocente-culpable. Falsas dicotomías. Si hubiese dicho ‘izquierda inocente’ (expresando mi deseo esperanzador) no hubiesen tardado en aparecer quienes se verían incluidos en una ‘izquierda culpable’. Si Echenique hubiera estado de guardia, habría aplicado su ingenio para difundir uno de sus micromensajes cortantes.

Creo que con ‘izquierda inofensiva’ la contraposición binaria conducirá a ‘ofensiva’, una contracategoría menos inquietante, en la que muchos incluso se sentirán orgullosos de quedar incluidos: porque en su visión del mundo la izquierda tiene la obligación de ofender, de maltratar a los maltratadores.

La popularidad que está teniendo Yolanda Díaz tal vez se deba a que representa una izquierda respetuosa

De vez en cuando abordo en esta Tribuna partes de mi constante preocupación sobre el uso actual de conceptos como ‘izquierda-derecha’ o ‘progresista-conservador’. Palabras fatigadas porque contienen graves contradicciones entre la realidad y el sentido que se les atribuye en el lenguaje político coloquial (perdón, esto es un pleonasmo: ningún mensaje político actual rebasa el nivel del coloquialismo).

Izquierda. Me considero afortunado porque cuando me tocaba perfilar mi percepción de la sociedad estuve rodeado de gente ejemplar. Muchos de ellos profesores en mi Facultad o las vecinas de Ciencias, Letras... el grupete de los ‘Andalán’. Para mí eran ‘la izquierda’, son la izquierda. Quedó estereotipada así, asumo que ligeramente idealizada.

Irradiaban algunos valores; a veces los hacían explícitos, otras bastaba con observarles y aprender de sus actos. La austeridad, especialmente rigurosa si se trataba de dinero común. El respeto a los demás. No era impostado, salía del interior. El respeto distinguía a los trabajadores; el trato despectivo era marca de señoritos.

Eso que seguimos llamando ‘izquierda’ tiene que ser firme, porque quiere ocupar posiciones que entiende le corresponden, participar en rendimientos que sin su trabajo no existirían. Con energía; ¿confrontación?... Naturalmente, inevitablemente, pero desde el respeto. No un respeto versallesco de mera corrección formal; profundo y desde el interior: el que se debe a cualquier persona porque la consideramos nuestra igual. Esa igualdad.

La izquierda tiene que ser enérgica y luchadora, pero eso no significa faltar al respeto ni sobreactuar ni causar un daño innecesario

Hay políticos, políticas de gatillo fácil. Que usan cañonazos verbales para referirse a cualquier nimiedad de los antagonistas. Que recurren sin fundamento ni necesidad a las palabras más dañinas (terrorismo, violencia, fascista...). Que siguen presentando al empresario de éxito como delincuente; anclados en las imágenes de ‘los ricos’ que se ofrecían en los rescoldos de ‘La Codorniz’, en ‘Hermano Lobo’. Los Chumy Chúmez, Summers (padre), ‘el Perich’...

Manchan el nombre de la izquierda; producen rechazo, repulsión. En mi estereotipo idealizado, la izquierda evita ofender, evita el daño innecesario. No puede sorprender que haya un desplazamiento masivo de votos hacia la izquierda de la blanca candidata, cuyo mérito principal es que no utiliza la ofensa como estrategia. Es logro de los eternamente enojados, del ceño fruncido, que capital político tan débil difumine las propuestas de fondo.

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