"Malditas sean las guerras"

Soldados estadounidenses destinados en Iraq participan en una acción de combate en 2008.
"Malditas sean las guerras"
DAVID FURST/AFP

Ambas muertes se produjeron con un intervalo de 24 horas. El periodista Julio Anguita Parrado, de 32 años, murió tal como hoy hace 20 años al ser alcanzado por un misil lanzado por las fuerzas iraquíes contra un centro de comunicaciones en el sur de Bagdad, perteneciente a la Segunda Brigada de la Tercera División de Infantería de Estados Unidos, unidad con la que se había ‘empotrado’ desde el inicio de la guerra. 

El cámara de televisión José Couso Permuy, de 37 años, fue asesinado un día después por un proyectil lanzado por la dotación estadounidense de un carro de combate Abrams contra el hotel Palestine, donde se alojaba la prensa internacional en el centro de la capital iraquí.

El fallecimiento de Julio se confirmó el mismo 7 de abril. Su padre, el político Julio Anguita, suspendió una conferencia en el Teatro Federico García Lorca de Getafe, aunque subió al estrado para pronunciar un discurso breve y demoledor que es difícil de olvidar: "Mi hijo mayor acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han leído sus crónicas saben que era buen periodista. Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigir la palabra para cumplir con el mío. Ha sido un misil iraquí, pero da igual [...]. Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen". Años después reconoció que lo peor que vivió ese día fue tener que darle la noticia a Antonia Parrado, la madre de Julio: "Es un trago que no le deseo a nadie. Ni a mi peor enemigo".

Hoy se cumple el vigésimo aniversario de la muerte de dos periodistas españoles que estaban cubriendo la invasión de Irak, Julio Anguita Parrado y José Couso Permuy

El Ayuntamiento de Córdoba convocó un pleno extraordinario para condenar la muerte de Julio Anguita Parrado mientras realizaba sus labores de corresponsal de guerra para el diario ‘El Mundo’. La única concejal que no asistió fue la propia Antonia Parrado, por entonces teniente de alcalde de Asuntos Sociales. La alcaldesa Rosa Aguilar dijo en su discurso que "Julio ha puesto nombre para nosotros a todas las víctimas anónimas que cada día pierden la vida en la guerra".

Aquella misma mañana Julio había tomado una decisión de gran madurez: no ir a una incursión con el ejército estadounidense a la que había sido invitado porque se iban a producir fuertes enfrentamientos y él conocía muy bien sus limitaciones, además de no tener un chaleco antibalas con placas de protección. La mala suerte hizo que fuera alcanzado por la carga del proyectil cuando supuestamente estaba en un lugar más seguro.

La muerte de José Couso fue aún más cruel. Fue herido muy grave por varias esquirlas mientras grababa imágenes desde el balcón de la habitación 1403. Tuvo que ser evacuado del hotel con varias mantas y, cuando llegó al cercano hospital Iben-Nafis, había perdido mucha sangre. Durante horas los doctores intentaron salvarle la pierna y la vida pero no pudieron.

Como dijo el padre de Anguita, "malditas sean las guerras y los canallas que las hacen"

Un año después, en abril de 2004, acompañé a Javier Couso, hermano de José, a ese hospital. Nos encontramos al cirujano Faisal Haba todavía muy afectado por lo que ocurrió, algo que me sorprendió en un médico en una ciudad en guerra, acostumbrado a recibir heridos muy graves. En un discurso improvisado en una sala abarrotada por el personal sanitario dijo lo siguiente: "Tu visita y el agradecimiento de tu familia significan mucho para nosotros. Nos sentimos muy golpeados por la muerte de una persona tan joven como era José".

En el puente sobre el río Tigris desde donde el tanque disparó, Javier confesó con sinceridad y serenidad: "Cuando veo los tanques me siento incómodo. No me gustan estos soldados desde que lo mataron. Siento náuseas porque siguen matando a civiles". El hermano de José no aceptaba que los soldados hubiesen disparado por confusión y no se creía que hubiesen visto armas apuntando desde las habitaciones del hotel, que estaba a más de un kilómetro y medio. Concluyó con contundencia: "Son unos mentirosos. Soy hijo de militar y sé que cada ejército tiene sus reglas de enfrentamiento y sus soldados también saben cómo actuar si se recibe una orden injusta. No se puede abatir a un observador disparando contra un edificio repleto de civiles".

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