Zaragoza, 1923

Zaragoza, 1923
Zaragoza, 1923
Lola García

Einstein visitó Zaragoza hace cien años. Lo ha recordado en abundancia la ciudad y este diario ha publicado valiosos materiales, dignos de conservación, y en especial los recogidos por M. Pilar Perla.

Visitas distinguidas

También hace cien años vino a la capital de Aragón otro Nobel (y español) a quien nadie recuerda, como fue Jacinto Benavente, a quien el alcalde de entonces distinguió con la medalla de oro de la Ciudad. Y también en ese año llegaron Alfonso XIII y su esposa, como van a hacer un siglo exacto más tarde sus sucesores, incluida Leonor de Borbón. Y dos veces estuvo Miguel Primo de Rivera, que en ese mismo año encabezó –muy aclamado por las gentes– un régimen dictatorial cuyo fracaso traería la República.

Muerto en combate

En 1923 recibieron los españoles, y Zaragoza en particular, una noticia trágica, que impresionó a la opinión por sus especiales circunstancias: la muerte en combate del teniente coronel Rafael de Valenzuela, desde hacía poco jefe del Tercio (la Legión), aguerrida fuerza de choque que aún no tenía tres años de vida. Fue en Tizzi Azza y en auxilio de otras unidades en grave apuro, frente a un número muy crecido de harqueños. Valenzuela ordenó cargar a la bayoneta, encabezó el ataque y cayo abatido por cinco disparos. Era un final previsible para quien había dado la orden a sabiendas. No llegó a saber que se había ganado la posición.

Cardenal asesinado

Y, como en Zaragoza siempre suceden cosas notables, aunque se olviden pronto, en el que ahora parece ser el Año de Einstein resultó muerto a tiros un cardenal, Juan Soldevila, que era arzobispo de Zaragoza. Este crimen político sin duda aceleró los acontecimientos que llevaron a que Alfonso XIII diera su aquiescencia al establecimiento del régimen militar al que se bautizó como Directorio.

Se ha recordado con justa abundancia la visita a Zaragoza, hace un siglo, de Albert Einstein, pero en la capital del Ebro no pararon de suceder cosas notables ese año

Terremoto y tempestad

A los periodistas de Heraldo se les agotaban los vocablos en las ediciones de los días 11 y 12 de julio, para explicar a los lectores lo sucedido el día. Hubo un terremoto intenso (grado 8 en la escala de Mercalli) que se percibió a muchos kilómetros alrededor. Fue especialmente sentido en Martés, muy cerca de Berdún. Por alguna aciaga coincidencia, que dio a muchos en qué pensar, el cielo desató su ira y lanzó rayos, truenos, pedrisco y lluvia en grandes cantidades. Los periodistas encadenaron palabras durante dos días para describir o calificar lo que ocurría: catástrofe, devastación, desolación, turbulencia, arrollador, horroroso, destrucción, gran miseria…

Acaso fueron los meteoros más dañinos que el seísmo. Este limitó sus estragos sobre todo a la Canal de Berdún. Los militares acuartelados en Jaca montaron campamentos para resguardo de los paisanos cuyas casas habían desaparecido. Sobre todo, las de los martenses. Pocas edificaciones resistieron las cinco repeticiones del temblor, que ocurrieron desde el amanecer, cuando aconteció la primera, hasta pasado el mediodía. Las trepidaciones fueron tan violentas que se percibieron directamente en Zaragoza. Hubo temblores en los días siguientes, aunque menores. Y no se registraron víctimas humanas.

En el área de Zaragoza, en cambio, la inusual tormenta fue más ruinosa que el terremoto. El Gállego, henchido y desbordado, arrasó San Juan de Mozarrifar. Los periodistas de Heraldo, verdaderamente atónitos ante la magnitud del ‘ciclón’, llegan a hablar de "nubes terroristas". Trajeron ruina al campo y a las poblaciones. Altas chimeneas industriales, como la de Galletas Patria, cayeron desmenuzadas. La amplia huerta de Zaragoza y su radio de influencia quedó inutilizada y la tempestad cortó las comunicaciones por cable: gran número de postes cayeron por tierra, tanto de telefonía como de telegrafía. Los trenes hubieron de detenerse, pues había partes del tendido férreo fracturadas por el vendaval y el agua arrolladora. No era para menos: se midieron ese mes 155 litros, frente a los 0,3 de junio y los 19 de agosto. Fue todo un caso, una anomalía temible. Como puede imaginarse, hubo más gente que imputó la nefasta anomalía a la voluntad divina que a las emisiones de gases u otros ‘elementos antrópicos’. Al revés de lo que se hace ahora.

El fútbol, a Torrero

Se inauguró en ese año el campo de fútbol de Torrero. Nació antes que su más afamado usuario, porque el Real Zaragoza esperó para existir hasta 1932. Esperemos que para el centenario (nueve años de nada) el club haya conseguido librarse de la llamada –sin intención de sarcasmo– División de Plata del fútbol nacional.

En 1923, el balón ya había empezado a ser cosa de masas a orillas del Ebro, aunque su estadio principal vistiese tapias de adobe. Lo de ahora tiene otras proporciones, nadie sabe si sensatas.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión