El Sur
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En el tren de alta velocidad, una madre y una hija comen pipas mientras miran la segunda temporada de ‘Soy Georgina’; otro pasajero lee a mi lado ‘La estirpe de Babel’, que cuenta los encuentros de un joven inmortal con los mejores escritores de la historia; la señora de enfrente devora ‘Ligero de equipaje’, una biografía de Antonio Machado a cargo de Ian Gibson; y detrás, una huérfana confiesa a su desconocida compañera que abandona Córdoba en busca de una vida nueva, que no mejor, porque es imposible.

Regreso de Andalucía atravesando la Meseta, mientras el paisaje nos regala una veintena de vacas que pastan entre los olivos de la Sierra de Andújar. La excusa fue un seminario en la Universidad de Granada. En él hablé sobre ese texto de Gabriela Mistral en el que inventa una conversación con Santa Teresa durante una travesía en ferrocarril por Castilla. Imagino qué le diría yo a María Kodama, que acaba de morirse, y pienso sin querer en ‘El Sur’, acaso el mejor cuento de Borges. Después de las clases me llevaron a ver la costa marbellí, repleta de noruegos, donde lo mismo te atiende el simpático robot de una venta llamada Butibamba, que se pone el sol a los pies de un club de playa fundado por Eva Longoria. Las mansiones se erigen tras los muros y las palmeras crecen como para tapar la realidad. A menudo, en los días claros, África se vislumbra al final del horizonte, más cerca de lo imaginable. Si cierro los ojos, todavía huelo el mar.

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