Nunca se había dado el caso de que un expresidente de Estados Unidos fuese imputado ante los tribunales por un delito. Pero Donald Trump acumulaba ya tal número de acusaciones e investigaciones abiertas por diversos motivos que resultaba muy difícil que alguna de ellas no acabara por sentarlo en el banquillo. 

El asunto por el que será juzgado es relativamente menor, pero lo importante serán los efectos que la imputación y en su caso la condena puedan tener sobre las elecciones presidenciales de 2024.

Con 76 años y después de una tormentosa estancia en la Casa Blanca que culminó con el bochornoso asalto al Capitolio en enero de 2021, Donald Trump no solo no ha renunciado a continuar en la lucha política, sino que continúa ejerciendo una enorme influencia en el Partido Republicano, aspira a ser de nuevo candidato a la presidencia del país y sigue siendo, con su insistencia en que le robaron las elecciones, una figura enojosa que contribuye a la polarización del espacio político. Teniendo en cuenta su implicación en los sucesos del Capitolio –un intento de golpe de Estado– y la gravedad de otras muchas acusaciones formuladas contra él –retención de documentos clasificados, delitos fiscales, agresiones sexuales...–, es quizás sorprendente que la primera imputación que vaya a llevarlo ante el juez sea por el pago irregular realizado a una actriz para ocultar una infidelidad sexual. Pero el caso de su relación con Stormy Daniels, aunque menor, es representativo del carácter desabrido, machista y poco escrupuloso del expresidente. Trump intenta presentar la imputación como prueba del acoso al que dice estar sometido y excita los ánimos de sus partidarios. Pero si fuese condenado podría ser el fin de sus pretensiones presidenciales. La política estadounidense, y en concreto el Partido Republicano, debería seguir en el futuro cauces más serenos, racionales y constructivos que los que Trump ha transitado.

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