Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Biblioposeídos

Biblioposeídos
Biblioposeídos
Heraldo

Estamos en la mitad de la Feria del Libro Viejo y Antiguo, que se instala no bajo el árbol de Sobrarbe, pero sí a la sombra del Justicia.

Sensación agradable. Hay libros, claro. Pero la principal fuente de mi bienestar es mi rejuvenecimiento social: si clasificamos a los asistentes activos por segmentos de edad, estoy en el grupo de los más jóvenes. Algunos treintañeros; prácticamente ningún menor.

Para el islam somos ‘gente del Libro’ los que compartimos con ellos Biblia y estirpes de profetas. A la vista de los paseantes por la Feria existen estas otras ‘gentes de libros’ que se extraen muy mayoritariamente del grupo de mayores de cincuenta años. Viejos de libros en feria de libros de viejo. ¡Círculo cerrado! ¡Equilibrio restablecido!

Viejo. Palabra interesante. Los catalanes no pueden pronunciarla; la sustituyen malamente por ‘gente grande’ (imagino que en homenaje a los Gasol). No dicen libros de viejo, sino libros de ocasión, en clara llamada de su selva al instinto ahorrativo que les atribuimos.

Los libros ejercen sobre algunas personas, en general de una cierta edad, una extraña atracción

Palabra que añade valor muy distinto según contexto de uso. Un conocido creía estar en posesión de un instrumento antiguo, pero una violonchelista brillante nos aclaró, con la nitidez que requería la presunción del poseedor, que era simplemente viejo. ‘Envejecido en barrica’, ¡eso es otra cosa! En el mundo de los coches hay unidades viejas y otras, con tantos años o más, que elevamos a la categoría de ‘clásicos’. No sé qué palabra describe al ‘voyeur’ cuando el motivo de la observación no tiene sesgo sexual. Soy mirón, y escucha constante de diálogos ajenos (cotilla). En estas ferias tengo mi ritual. Unas primeras pasadas por las casetas, sin rebasar la primera línea; halcón con presbicia. En otras posteriores ya ojeo, selecciono... y la amabilidad de los libreros me anima a curiosear en las estanterías del fondo; toco alguno. Sin mirar precios, que sé estarán fuera de mi alcance y de mi espacio disponible. Pronto la tentación se va haciendo intensa e inmanejable. Activo mis barreras; me alejo unos metros y ya sólo observo a los otros ojeadores. Me interesan los que no pueden esconder sus maneras de apasionados. ¿Bibliófilos? Descripción que me parece cada vez menos satisfactoria. Porque yo odio los libros; los miro, acaricio, huelo… a veces hasta los leo; pero los odio. El bibliófilo tiene una relación selectiva y sana con algunos ejemplares; no es mi caso. Algo tengo de bibliófilo pero soy sobre todo un acumulador de libros. Un ‘biblioposeedor’; un ‘biblioposeído’.

La biblioposesión afecta más a los hombres. Las mujeres son en la sociedad actual las grandes lectoras, las que sostienen grupos y presentaciones... pero no almacenan. Disfrutan de la lectura pero no necesitan la colección. Otra prueba de practicidad y eficiencia.

Comprar un libro viejo, ¿para qué?, ¿por qué? Si tuviese respuesta razonada no sería biblioposeído. ¿Busco ejemplares especiales, firmados, dedicados, ediciones concretas...? El profesional vendedor los tiene identificados y no podré pagarlos. La mayor parte de los casos serán libros que ya he leído, o que tengo (y lo sé). Para reponer ejemplares perdidos, completar series o ediciones concretas. Sí, pero, ¿y todos los demás que me llaman?

No tengo disculpa, pero sí explicación. Hay inductores a este comportamiento tan poco lógico como placentero; muchos se alojan en las páginas de este ‘Heraldo de Aragón’. Bajo apariencia inofensiva siempre ofrecen dos o tres referencias sugerentes que engrosan y agravan mis listas de deseos. Hay cooperadores necesarios: Pepe (Pp, ‘el bueno’), Julia, Paco, León, Ana, los Muñío…

A veces es difícil saber si uno posee los libros o si son ellos los que han tomado posesión de la persona. La Feria del Libro Viejo y Antiguo es la gran tentación

Hay indicios de conspiración: hoy he visto a uno de los biblioposeídos más activos (cardiólogo, padre de neurólogo y suegro de endocrinóloga) con un trato discreto sospechosamente familiar con el librero responsable de la Feria. ¡Están infiltrados en los hospitales! ¿Nos inoculan microchips de biblioposesión? El más característico de su cártel acumula esta patología con una grave fidelidad zaragocista. No es difícil verle en el entorno del Paraninfo. ¡A plena luz del día!

Los biblioposeídos son viejos. Como no parece que haya contagio a los menores de treinta, el paso del tiempo resolverá. Probablemente la biblioposesión se convertirá en un comportamiento que estudiarán antropólogos y todólogos y se recordará en costosos centros de interpretación. No creo que puedan explicarla.

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