Cita previa y móvil obligatorio

Móviles obligatorios
Móviles obligatorios
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Imagine que usted quiere realizar alguna gestión con alguna administración pública. Antes de la pandemia acudía al lugar correspondiente, se ponía en la fila, esperaba y cuando le tocaba le atendían. Por aquello de evitar virus y contagios, nos domesticaron para pedir cita previa. 

Esto se ha extendido tanto en el sector público como en el privado. Ahora, si se quiere algo, se ha de pasar por el teléfono, por una aplicación ‘on line’ o por una web ‘ad hoc’. Si se tiene suerte y la cosa funciona, tiene sus ventajas. Pero no son ni por asomo radicalmente mejores que la versión clásica. El procedimiento, el sistema, ha cambiado; si no cuestionamos con tenacidad ese cambio no tendremos alternativa. Lo mismo sucede con otros procesos cotidianos que por transmisión cuasi indolora tragamos hasta que se hacen irreversibles.

Como siempre, es difícil enfrentarse a las inercias sistémicas, a los poderes instituidos y a las lógicas que los acompañan. Si se quiere entablar una batalla, sea del tipo que sea, se ha de saber que no será fácil. Nunca lo ha sido. Los sistemas sociales tienden a evitar el cambio. Por eso los poderosos perpetúan su linaje. Las inercias se transmiten por generaciones. Aunque también cabe la posibilidad de pelear e ir contracorriente. Existe la posibilidad de plantar cara a molinos y gigantes… económicos, políticos y tecnológicos. Es posible rebelarse. Aunque sea desigual, un mosquito molesta lo suyo y puede derrotar a un elefante: basta que pique en el lugar adecuado.

La telefonía móvil tiene incontables ventajas. Pero también es materia de debate
en otros aspectos, más allá de los meramente técnicos 

Otro proceso que hemos aceptado de manera generalizada es el uso del teléfono móvil. Son ya unas cuantas décadas de este ‘maravilloso’ prodigio tecnológico que para sí querrían Antonio Meucci o Alexander Graham Bell. El dispositivo está en la práctica totalidad de los hogares. Con la pandemia se ha acelerado su uso y ha contribuido a la digitalización de nuestra vida social. Tiene un sinfín de utilidades. En la década de los noventa se promocionaron asociándolos a la libertad. Más de uno recordará el anuncio de Amena, la marca de Retevisión Móvil. Desde entonces las generaciones de esa telefonía han ido sucediéndose hasta la llamada 5G actual.

Es cierto, la telefonía móvil tiene incontables ventajas. Para muchos profesionales es la mejor oficina y un instrumento indispensable para trabajar. Pero también es materia de debate en otros aspectos, más allá de los meramente técnicos. No sólo es cuestión de cobertura o accesibilidad, también de adicciones y derechos. Las aristas son muchas, desde lo psicosocial, lo emocional hasta lo económico, lo militar e incluso lo geopolítico. Retomando a Paul Virilio, la telefonía móvil tiene sus accidentes. Y aquí hay unos cuantos puntos a señalar, tantos como las ventajas que no paran de reforzarse por doquier.

No sólo es cuestión
de cobertura o accesibilidad, también de adicciones y derechos

El debate de fondo no es la cobertura, ni la señal en el territorio o en el fondo del mar. ¿Dónde está el problema? En la obligación de uso para la interacción con administraciones públicas y entidades privadas. Los ejemplos son unos cuantos, aunque no se puedan mencionar. Más de una entidad financiera obliga a sus clientes a facilitar un teléfono móvil y éste no puede estar asociado a otra persona registrada si quiere usar sus servicios ‘on line’. Esto obliga a tener un dispositivo personal, aunque no se quiera. Si una familia tiene una cuenta con varios titulares, cada uno ha de contar con su móvil, imponiendo la contratación con un tercero de un servicio por cuenta propia.

Con el cuento de que la Unión Europea impuso la autenticación reforzada, es decir, la combinación de al menos dos modos de confirmar la ‘identidad’ algunas entidades han impuesto el uso de ‘un’ móvil por persona. Pero no es la única manera de cumplir con el requisito legal y conseguir seguridad en las transacciones. La doble autenticación que exige la normativa no tiene por qué ser vía ‘smartphone’. Otra cosa es que los responsables informáticos no quieran pensar alternativas. No están dispuestos a aceptar uno único por familia ni a facilitar una alternativa como el correo electrónico, un lector de tarjetas, una tarjeta de claves u otro sistema para acceder ni para introducir una segunda clave, en caso de realizar una transferencia u otro tipo de gestión. Si ud. no quiere tener móvil lo tiene cada vez más difícil. Continuará.

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