Por
  • Federico Contín

Por una identidad cultural aragonesa

Pabellón de Aragón, en el recinto de Ranillas de Zaragoza
Pabellón de Aragón, en el recinto de Ranillas de Zaragoza
Javier Belver

Aragón es una comunidad con un elevado complejo cainita en lo que se refiere a su cultura y sus artistas. No hay que olvidar que el propio Goya, referente incuestionable, permaneció cincuenta y dos años enterrado en el olvido francés, y tuvo que ser el gobierno de España quien diera traslado de sus restos a… Madrid, por supuesto.

Me produce profunda envidia ver cómo otras comunidades autónomas han conseguido poner en valor a sus referentes culturales, y pivotar en torno a ellos un discurso para ofrecer a todo el que se acerca a sus territorios. Dalí, Picasso o Chillida se han convertirlos en símbolos identitarios de las distintas culturas autonómicas; pero esta identidad no se limita a ‘circunloquear’, sino que es la excusa en torno a la que se ofrece un ingente catálogo de referentes artísticos, gastronómicos, musicales y de otras numerosas disciplinas culturales, que hacen que hoy Cataluña atraiga a visitantes por la fama de su cocina, Andalucía se asocie al flamenco o el País Vasco cautive por la belleza de su tradición y folclore.

Nuestra tierra es una de las comunidades españolas más ricas culturalmente y con mayor folclore y tradición, y nunca hemos conseguido hilvanar un discurso con el que atraer a visitantes con estos intereses, o peor, lograr convencernos a nosotros mismos del orgullo que debemos sentir por la excelencia de lo propio.

¿Cómo vamos a estar orgullosos de lo que no conocemos? Escuchar jota en nuestra comunidad no es posible fuera de las fiestas locales. Conocer la indumentaria tradicional, el mudéjar, el legado de Buñuel, Saura, Labordeta o las vanguardias artísticas requiere disponer de un medio de locomoción y de numerosas jornadas para recorrer el territorio. Y la solución a esto no es disfrazar la falta de opciones con la palabra ‘vertebrar’, sino multiplicar los espacios y sumarlos además en uno que pueda convertirse en referente, para que propios y extraños conozcan la multiplicidad y extensión de nuestra realidad cultural en su totalidad, y consiga crear un discurso unificador capaz de vertebrar una identidad cultural aragonesa.

El presidente Lambán se refirió a principios de este mes al Pabellón de Aragón en la Expo de 2008 para decir que "no hay imaginación capaz de encontrarle un uso". Tal vez debería leer las páginas de este periódico, donde en julio aventuré que el mejor uso para este espacio sería un centro destinado a promover el folclore y la cultura aragonesa. Un lugar donde ofrecer lo mejor de nuestra tierra, que se convierta en un foco en el que los aragoneses podamos conocer toda la riqueza, la tradición y la historia que nos identifica como pueblo. Los fallidos proyectos del Museo de la Indumentaria Aragonesa, el Espacio Goya y el Teatro Fleta, tal vez encuentren en la unión un proyecto integrador que sume el interés de todos.

Quien sabe si, con la cercanía de las elecciones, algún candidato decide incluir esta idea en su programa electoral, y le encuentra uso a un edifico que en su día costó 27 millones de euros, y además consiga convertir la cultura aragonesa en un motor económico, y dotarnos a los aragoneses de un lugar donde promover, proteger y disfrutar de nuestra cultura. Un pueblo sin cultura es un pueblo sin identidad, y un pueblo sin identidad es un pueblo sin futuro.

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