Los viernes en silencio

Los viernes de silencio
Los viernes en silencio
POL

Hace unas semanas murieron en el Mediterráneo 65 personas que solo querían venir a Europa a trabajar. Murieron ahogados debido al naufragio del barco en el que viajaban hacinados y que había partido de Turquía cuatro días antes. 

A las costas de Calabria llegaron los restos del naufragio junto con mochilas, biberones, juguetes… y por lo menos 62 cadáveres. En la precaria embarcación viajaban, según testimonios de los supervivientes, unas 250 personas, de las que sólo 80 siguen con vida. Ya vislumbraban la costa europea. Parece que el Frontex (el organismo europeo encargado del control de las fronteras) localizó la precaria embarcación, pero no activaron medios de rescate. Yo me pregunto y supongo que muchas otras personas también: ¿por qué lo tiene más fácil una empresa que una persona para irse a otro país?

Es verdad que las empresas (se supone) traen dinero y empleo. Afortunadamente cada vez son más los economistas y filósofos que defienden que los inmigrantes también. De hecho, un buen puñado de ellos apuestan por una idea que ahora suena imposible: abrir las fronteras. Es una propuesta que defienden por motivos éticos, ya que las fronteras cerradas suponen la exclusión y discriminación de las personas más desfavorecidas del planeta. Pero también por motivos económicos, ya que, en su opinión, la libertad de circulación de personas es beneficiosa para todo el mundo.

Como todos los primeros viernes de mes, este hecho fue recordado en el Círculo de Silencio. Hace más de 20 años que se realiza esta protesta silente y circular, que comienza con la colocación de una pancarta. Es un silencio en forma de diálogo, una apelación a la conciencia. Tras 25 minutos en silencio, se lee un texto y, para terminar, se pone la canción ‘No me llames extranjero’, del cantautor argentino Rafael Amor, que murió poco antes de la pandemia. El Círculo apela a la conciencia de quienes hacen las leyes, de quienes las aplican y de aquellos en cuyo nombre son hechas. Se elige el silencio como forma de acción que aglutina a personas de buena voluntad, que pudiendo tener confesiones, culturas o ideología diferentes, encuentren un lenguaje común en ese silencio solidario con los empobrecidos. La iniciativa comenzó en Francia en 2007 gracias al franciscano Alain Richard, fallecido en 2021 a los 96 años de edad. Con la fundación de los Círculos, la denuncia del sacerdote galo se centraba en las indignas condiciones de los migrantes en los centros de detención administrativa. El último viernes, como todos, para no acostumbrarnos a estos dramas humanos, se recordó a todas las víctimas que este mes han perdido la vida queriendo aspirar a una vida mejor, sufriendo la cruenta realidad de las fronteras y las políticas migratorias europeas. Creo que la flexibilización de las políticas de fronteras y una regulación más inteligente y humanitaria de la migración irregular no pueden seguir estando fuera de las prioridades políticas de los líderes europeos.

"Yo me pregunto y supongo que muchas otras personas también: ¿por qué lo tiene más fácil una empresa que una persona para irse a otro país?"

Afortunadamente se comunicó una buena noticia que muestra el rostro de la solidaridad con quien más sufren y da motivos para alegrarnos. Dos caras de la misma moneda sobre la situación de los migrantes en Europa. La Junta Electoral Central daba por buenas las más de 500.000 firmas recogidas y validadas para pedir que otros 500.000 seres humanos, vecinos, compañeros de trabajo, que no tienen papeles, puedan ser regularizados y vivir en igualdad de condiciones. Ahora la última palabra la tendrá el Parlamento. Sólo el hecho que se hayan recogido más de 700.000 firmas en una iniciativa colectiva que ha aunado el esfuerzo de asociaciones de migrantes, colectivos sociales y entidades religiosas de diferentes confesiones en un objetivo común, es un hecho para celebrar.

El texto de Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, leído en el Círculo del Silencio, del mes de febrero, nos recordaba: "Si no vemos, si no oímos, si no somos conscientes de nuestra responsabilidad en lo que sucede, no daremos una oportunidad a la justicia, no habrá lugar en nosotros para la compasión, no será posible la hospitalidad y la acogida". "Para ver y oír, no necesitamos cámaras de vigilancia sino ojos de misericordia, no necesitamos sensores de sonido sino oídos atentos al clamor de los pobres, no necesitamos técnica sino corazón".

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