Hablando de mujeres

Las españolas sacrifican su carrera profesional por los hijos seis veces más que los hombres
Hablando de mujeres
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Con todos mis respetos, y con el riesgo de ser mal interpretado, voy a atreverme a hablar de mujeres, tan presentes estos días en debates, conversaciones, manifestaciones y delirios. 

Se discute agriamente sobre la igualdad, la violencia, la brecha social y salarial; se muestran estadísticas que acreditan los pobres porcentajes que representan las mujeres en puestos directivos, en las cátedras, en los consejos de administración, en los puestos de autoridad. Asunto recurrente que lleva años y años y no acaba de solucionarse de una forma plenamente satisfactoria y justa. Las mujeres están en condiciones de inferioridad con respecto a los hombres en los roles sociales. Y si a su condición de mujeres añadimos la de madres, las cosas parecen de imposible solución.

Pedro Sánchez, nuestro presidente del Gobierno, se ha sacado de la manga un proyecto legislativo de igualdad, imponiendo porcentajes de ocupación de mujeres en empresas, administraciones, gobiernos, estamentos económicos, etcétera. Estableciendo el sistema cremallera en las listas electorales y buscando una adulación encubierta al feminismo reivindicativo.

Modestamente, pienso que pese a su voluntarismo no exento de populismo ese no es el camino. Porque en todo este proceso de igualación e incorporación plena de las mujeres al mundo del trabajo hay una palabra clave que no está siendo debidamente considerada: la conciliación.

La conciliación de la vida familiar con la actividad laboral debería ser en este momento el verdadero caballo de batalla del feminismo, pues ahí es donde nacen muchas de las limitaciones que las mujeres encuentran para su desarrollo profesional

La conciliación quiere decir que hay que crear las condiciones adecuadas para que sea posible cohonestar las obligaciones o limitaciones que pueda imponer la condición de mujer/madre con sus actividades laborales o profesionales. Quiere decir que es necesario organizar la sociedad de manera que sea posible coordinar obligaciones personales o familiares –por supuesto, debidamente compartidas– con las derivadas del trabajo: horarios escolares, guarderías, calendarios festivos… No es posible que cada cual mire por lo suyo, por su comodidad gremial, y se olvide de que el servicio público impone unas obligaciones que deben ser atendidas precisamente en aras de un bien común generalizado. Y ahí es justamente donde se incide en el asunto de la conciliación. Ni el Gobierno ni mucho menos las empresas quieren saber nada de este asunto y ofrecen muy poca flexibilidad y ninguna actitud proclive al fomento de la conciliación. Se abusa de la presencialidad, de los horarios y se ignoran las facilidades que hoy día ofrecen las nuevas tecnologías para trabajar.

Habría que ser mucho más exigente con la conciliación y no hacer proclamas de buenismo que no van a ninguna parte ni solucionan nada. Me da la impresión de que una de las banderas que el feminismo ha de tomar en adelante, si pretende de verdad situar a las mujeres en condiciones de igualdad, o de más igualdad, es una auténtica pelea por la conciliación. Es un reto mucho más importante que aprender las mil y una formas de hacer el amor. Para eso ya se escribió el Kamasutra.

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