La moción y la pelota

La moción y la pelota
La moción y la pelota
C.P.B.

Admito que el mío no es el perro más listo de Aragón. Supongo que ni siquiera está en el ‘top ten’. Vaya, para ser honestos, creo que ocupará el puesto 289.999, habida cuenta de que son 290.000 los canes que, por lo visto, están inscritos según los registros veterinarios de la Comunidad.

Lo que escribo no es gratuito. Para que se hagan una idea mi perro es el típico que corre a lo loco mirando hacia atrás y se choca contra los árboles. También cree que las procesionarias son sus amigas y se acerca a ellas con la intención de hacerles arrumacos.

El caso es que estos días veo que el bicho lloriquea más de lo habitual.

Dejo la tele encendida, como un rumor de fondo, y se acerca a ella y chemeca. Cuando cojo el mando, él interpreta que voy a estar un rato sin hacerle caso y eso le pone triste. Esta semana, no obstante, ha sido exagerado. Cada vez que en pantalla aparecía algo relacionado con la moción de censura, mi perro intensificaba su quejido y a veces, incluso, gruñía o ladraba enfadado. 

No eran imaginaciones mías, la fórmula parecía infalible: Tamames+Sánchez+panorámica del Congreso = amarga queja perruna. ¿No seré yo una suerte de nuevo Pavlov y estaré a las puertas de descubrir un reflejo condicionado? Le ponía chuches a mi vera para despistarle, pero nada: él, erre que erre, Tamames-ladrido, ladrido-Tamames.

Tardé más de un ahora en darme cuenta de que los políticos y la moción de censura nada tenían que ver con su enfado. Al pobre se le había colado la pelota detrás del mueble de la tele. Quizá no sea el único en casa expulsado del podio de listos.

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