La excepción

El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, durante la presentación del sistema Kuppel de seguridad aérea, tras la cual aseguró que "en breve" dará "todas las explicaciones necesarias", respecto al caso Negreira
El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta.
Enric Fontcuberta

Es harto difícil que el deporte muy profesionalizado sea limpio. De un lado, la financiación desigual desvirtúa la competición. De otro, el negocio casa mal con el espíritu deportivo, por ejemplo, a la hora de pagar impuestos. Si, además, entra en juego la política localista o nacionalista, apaga y vámonos.

Como esto se sabe, el público acepta con normalidad la corrupción en el fútbol, y que los escándalos, una vez exprimidos por los medios de comunicación, dejen todo igual. Por otra parte, a decir verdad, esta actitud apenas desentona en la vida social española, en la que aún se respeta a quien sabe hacer trampas.

Sin embargo, pese a lo que acabo de decir, tratándose del F. C. Barcelona, me están sorprendiendo mucho las reacciones ante los pagos de dicha entidad a un dirigente arbitral, sostenidos ininterrumpidamente durante lustros. Me refiero a la directiva y a la afición del único club que se considera ‘més que un club’, radicado en una sociedad excepcional, ejemplo de civismo en todo el mundo. Un club que ha promocionado a Unicef y que clama desde la grada contra la opresión al pueblo catalán.

De ahí mi extrañeza. Como futbolero que soy, asumo que no dimita nadie del colectivo arbitral, ni de las otras instituciones oficiales y empresariales comprometidas. Igualmente, entiendo la tibieza, casi connivencia, del ámbito futbolístico. Pero que pase lo mismo en el F. C. Barcelona, me rompe los esquemas. Ah, y que no nos engañe el hecho de que desde hace décadas sus presidentes hayan tenido que ingresar en prisión. Es por culpa de la opresora España. 

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