Por
  • Julio José Ordovás

Orgullo aragonés

José Luis Melero atraviesa uno de los mejores momentos de su vida. Publica 'El lector incorregible' (Xordica)
Orgullo aragonés
Oliver Duch

Viene Pepe Melero a traerme una de esas gavillas de erudiciones que publica en ediciones exquisitas para obsequiar a los amigos. Pepe cultiva la amistad como otros cultivan tomates ecológicos y otros (no miro a nadie) cultivan el resentimiento. 

Aunque lleva un tiempo jubilado y su hija le ha hecho abuelo, Pepe conserva ese aire que ha tenido siempre de bachiller de colegio concertado, con su mochila de empollón, sus rizos cobrizos y sus gafas de topo. En Pepe conviven el ratón de biblioteca y el ‘hooligan’ blanquillo, el jotero y el cinéfilo, el aragonesista a machamartillo y el progresista cabal, el devoto de Jesús Gracia y el admirador de José-Carlos Mainer.

Así como Fernando Sanmartín es el Modiano de Ruiseñores y Adolfo Ayuso el Bohumil Hrabal de Conde Aranda, Pepe es el Borges de Sagasta, un Borges disfrutón, rocero e inseparable de su Vicerrectora. Aunque lo que a Pepe le hace vibrar no es un texto de Anaximandro sino una página fúlgida de Umbral o de Trapiello, del mismo modo que le conmueve mucho más el rasgueo de una bandurria en una taberna del Arrabal que el lamento de un bandoneón en un cafetín de Buenos Aires.

Este académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis se deja caer alguna mañana por la Magdalena para ver una vez más los impactos de la metralla napoleónica y, de paso, vermutear con los ácratas y los iconoclastas zaragozanos. Y es que Pepe Melero siempre ha sido un ejemplo de tolerancia, algo que, como él mismo ha contado, aprendió en la mítica librería de viejo de Inocencio Ruiz. Porque en librerías, imprentas y Rastros este aragonés orgulloso y cariñoso lo aprendió todo. O casi todo.

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