Desprenderse del ausente

Desprenderse del ausente
Desprenderse del ausente
POL

Ricardo, amigo, compañero de trabajo, de otras lides y observancias, ahora jubilado, me escribió hace unos días un correo electrónico apuntando un detalle a propósito de ‘La Firma’ del jueves 2 de marzo. 

Al revisar la presencia ausente de quienes nos han dejado escribía: "Ya sé que no se puede meter todo en espacio restringido, pero me habría faltado el otro extremo, hacer fetiche del ausente y no saber ‘desprenderse’". Tiene razón, merece la pena reflexionar sobre esa circunstancia que, en el fondo, apunta a un problema afectivo cargado de dolor.

Cuando un ser querido muere se activan las emociones y creencias más íntimas. Como apunté, en un lado están quienes lo dan todo por terminado. Ya no hay más. Se acabó físicamente el mundo con y del otro. Ya no existe, ya no está aquí materialmente hablando. Ni se ve ni se toca, ni se percibe por los sentidos habituales. Se terminó. En el otro lado estamos quienes creemos y sentimos que hay algo más. Esta percepción, tan personal e intransferible como la primera, está disponible siempre que se quiera cuidar y cultivar. Queda el recuerdo a modo de rescoldo. Mientras dure, el fuego que fue se conservará. Es un acto de la voluntad de los supervivientes, hoy más fácil que nunca. Las fotografías, los vídeos y audios hacen eterno a cualquiera. Ese recuerdo puede ser imborrable y, salvo que pase al territorio del olvido, permanece en la memoria de quienes se quedan. La conciencia personal y el contexto social dan sentido a esas vivencias.

Estamos llamados a vivir desde la alegría del ser

De hecho, es el lugar para la transcendencia, más allá de los límites naturales. Es una percepción distinta que para los materialistas de rancio abolengo suena a ilusión y superchería, pero no es ni trivial ni simple. Incluso jugando con las matemáticas es posible debatir sobre espacios ‘n-dimensionales’ y realidades que somos incapaces de ver. En esto, como dice un amigo antropólogo –estudioso del chamanismo y de la espiritualidad de otras culturas–, los urbanitas contemporáneos estamos condicionados por la sociedad digital y de consumo que apabulla con la realidad inmediata. Nuestros cerebros y nuestros corazones están estimulados en ese marco, para activarse, primero, por el ver y, después, sentir cómodamente. Además, se tiende a creer que con ver ya es suficiente para comprender, trampa cognitiva que aprovechan para engatusarnos fácilmente con las pantallas. En cualquier caso, ver sólo vemos tres dimensiones, el resto es difícilmente perceptible y comprensible. Y no digamos si encima uno es miope. Un lío, vamos.

Ahora, volviendo al inicio, amarrarse a los muertos haciendo un fetiche de quien ya no está hace daño al corazón y a la psique, de quien no se deja y de aquellos con quien convive. Se puede demorar, pero no queda más remedio que metabolizar la ausencia. Ricardo acierta apuntando el problema. La realidad insiste. No se ha de olvidar la crudeza de la muerte. Sé que no volveré a abrazar a mi madre como la abrazaba antes de morir. Sé que no estará como estaba. Y ese dato es irrefutable. La tarea, por tanto, es desprenderse, soltar lastre y ataduras que impiden metabolizar el duelo para seguir viviendo. En definitiva, aceptar el cambio de circunstancias, aceptar la muerte y seguir narrando la propia vida.

Cuando eso se descubre
resulta más fácil desprenderse de los automatismos, de las rémoras
que nos impiden sentir el gozo de respirar

Ésta es una tarea cotidiana. A ello ayuda el discernimiento de mociones interiores. Es útil pararse, respirar y sentir la vida de uno mismo, a modo de mirada de segundo orden, pasando como si se tratase de una película. Las secuencias se suceden abriendo el baúl de la conciencia. Es un proceso para confrontar miedos y heridas. Cada quien tiene lo suyo, pero el dolor no tiene la última palabra. Estamos llamados a vivir desde la alegría del ser. Cuando eso se descubre es más fácil desprenderse de los automatismos, de las rémoras que nos impiden sentir el gozo de respirar.

Son muchos los caminos y las opciones para conseguir ese equilibrio emocional. Cada quien tiene que recorrer el suyo desde la íntima soledad. En lo más auténtico de uno mismo se descubre que la libertad, la memoria, el entendimiento y la voluntad, todo lo que uno tiene y posee, se evapora en un instante. Al despojarse de esas cargas, al desengancharse se descubre, pese al dolor, la inmensa maravilla de la Vida.

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