Por
  • Javier Sebastián

Nueve gramos de plomo

Un fallecido tras un ataque en la ciudad de Bajmut
Un fallecido tras un ataque en la ciudad de Bajmut
Reuters

Así es como llamaban a lo que Stalin mandó meterles en la cabeza a sus propios soldados sospechosos de quejarse del frío, el hambre, el miedo, la destrucción: nueve gramos de plomo. 

Lo cuenta Antony Beevor. Se sabía que el libro más documentado sobre la batalla de Stalingrado lo escribió él, lo asombroso es que sus páginas resulten hoy tan actuales, parece que en ellas estuviéramos leyendo lo que pasa ahora mismo en el Donbás, en Jersón, en Bajmut y en todos esos territorios de Ucrania hundidos en la más grande desolación. Y como muchas veces la ficción representa igual o mejor los hechos que la realidad, ahí está también esa catedral que es ‘Vida y destino’, de Vasili Grossman, novela que, por la censura soviética, no pudo publicarse hasta dos décadas después de haber sido escrita. Fue en Suiza. Cuenta la vida en el frente del Este, de donde no volvieron a casa millones de personas. O ‘Las Benévolas’, de Jonathan Littell, mil páginas sobre la degradación de un hombre que acaba convirtiéndose en algo peor que una rata entre los escombros de Stalingrado. Más reciente es ‘La fábrica de canallas’, cuyo autor, Chris Kraus, descubrió que su abuelo había sido nazi y quiso escribir una novela sobre lo que se vivió durante la Operación Barbarroja. Esos y muchos, muchísimos otros libros, de Historia o ficción, nos recuerdan la época más siniestra de la Historia, que ahora nos enseña su pezuña maloliente por debajo de la puerta. ¿Cómo llamará Putin a esos nueve gramos de plomo?

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