Imposición sobrevenida

El aula de una escuela, en una imagen de archivo
Imposición sobrevenida
Unsplash

La semana pasada sostuve en este espacio que el profesorado de los centros públicos de infantil y primaria viene usando espuriamente la pedagogía, para lograr mejoras laborales. 

Y creo que no aclaré bien que dicha conducta es inducida por el Gobierno de Aragón, al conceder la oportunidad de suprimir las clases de las tardes, a cambio de un ‘proyecto educativo’ en cada colegio. Desde luego, resistirse a tal tentación roza lo heroico.

A la vez, en un intento de no asumir su responsabilidad, las autoridades dictaminan que, además de un proyecto educativo, el cambio de jornada en un centro tiene que contar con el apoyo del 55% de su clientela adulta, una mayoría mínimamente cualificada que ya se ha alcanzado en casi todas partes. Y de modo irreversible, pues solo el profesorado está legitimado por la norma actual para iniciar un hipotético regreso a la jornada partida.

Por otra parte, la semana pasada tampoco aludí específicamente a la ciudadanía que, después de haber optado por la educación pública, viéndose muy democráticamente sometida a una imposición sobrevenida, ahora tiene que afrontar un modelo de escolarización que, de habérselo podido permitir, no hubiera elegido. Como si en democracia los derechos adquiridos y los de las minorías no contaran.

Creo que todo esto es otra evidencia más de que nuestro país, con el ejemplo de la clase política de todo signo acudiendo a centros para privilegiados, está apostando por una enseñanza privada y concertada a la carta, en detrimento de la pública, que se margina y precariza también desde sus propias entrañas.

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