Por
  • Julio José Ordovás

Cincomarzada

Un aspecto de la celebración de la Cincomarzada en el parque del Tío Jorge de Zaragoza.
Un aspecto de la celebración de la Cincomarzada en el parque del Tío Jorge de Zaragoza.
Guillermo Mestre

El parque del Tío Jorge es nuestra pradera de San Isidro. 

Me gusta la Cincomarzada en lo que tiene de romería urbana, laica y reivindicativa, una romería teñida cada vez más de nostalgia y de multiculturalismo. Me da la impresión de que el espíritu peñista ya no cala como antaño entre los jóvenes, quizá porque la juventud actual se decanta por otro tipo de botellones menos institucionalizados.

La Cincomarzada marca el punto de inflexión meteorológico en el calendario zaragozano y este año un sol radiante ilumina unos rostros necesitados de vitamina D, de risas no virtuales, de alegría compartida. Partidos políticos, sindicatos y organizaciones diversas tratan de pescar votos y adeptos en este bullanguero río de gente y los viejos camaradas brindan con un vaso de cerveza en una mano y un bocata de longaniza en la otra por los viejos/buenos tiempos: cuando la solidaridad obrera no era, como ahora, un oxímoron.

Hay batucadas feministas, bandas de música, charangas, gaiteros, zampoñas peruanas, cabezudos y conciertos calimocheros bajo los pinos del parque, que han sobrevivido a muchas Cincomarzadas. Esto, sin embargo, ya no es lo que fue. ¿Quién no recuerda aquellas Cincomarzadas salvajes que se prolongaban hasta entrada la madrugada y suponían el bautismo alcohólico de los adolescentes zaragozanos?

Esta es la fiesta de la Zaragoza barrial y currela, la fiesta de los que trabajan en la GM, en el Mercadona, en Inditex y en la frutería de la esquina. El rancho de los peñistas huele a buen rollo, un olor que alimenta, y yo ando algo mohíno porque se han terminado las migas y un crío me ha tirado la cerveza de un pelotazo.

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