Se lavan las manos

Imagen de archivo del colegio Guillermo Fatás, uno de los que ha comenzado con la jornada continua.
Imagen de archivo del colegio Guillermo Fatás
Heraldo

Entregado en clase, en un sobre cerrado que, aparentando oficialidad, lleva impreso el sello del colegio, el folleto es el colofón de la campaña electoral encaminada a implantar la jornada continua en una escuela de infantil y primaria. 

Dicha campaña, iniciada por el profesorado y refrendada por el consejo escolar del centro, se realiza merced a la legislación establecida por el Gobierno de Aragón, auténtico responsable del procedimiento y de sus consecuencias.

El documento en cuestión, a la vez que sintetiza futuros horarios y actividades extraescolares, pide el voto a favor de una innovación docente que, según dice, "mejora la calidad de la enseñanza". Sin embargo, no explica por qué dicha innovación exige erradicar las clases de las tardes. Y tampoco alude a los efectos que esta supresión tendrá en las prestaciones y en la sociabilidad de los centros públicos, en los que, frente a lo que sucede en los privados y concertados, está siendo adoptada casi total e irreversiblemente.

Por otra parte, no deja de sorprenderme que, dada la pluralidad propia de la enseñanza pública, habiendo controversia, ningún miembro del profesorado exprese abiertamente su divergencia de una ortodoxia corporativa que, prietas las filas, aprovechando la oportunidad concedida por las autoridades, apela espuria y crípticamente a la pedagogía, con fines laborales y personales.

Y de forma innecesaria, además, pues el cuerpo electoral al que se dirige se mueve por los mismos intereses particulares, en un ámbito donde quienes gobiernan y han de sostener lo público se lavan las manos.

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