Los malos de la película

Mercadona de Valdespartera en Zaragoza.
Mercadona de Valdespartera en Zaragoza.
Aránzazu Navarro

He oído decir a algunos ministros y ministras y a otros compañeros de viaje verdaderas barbaridades en contra de los empresarios y de las empresas, impropias de gobernantes con sentido común. 

La han tomado en especial contra los supermercados, sobre los que hacen caer toda clase de maldiciones e improperios; les acusan de que se están forrando, que abusan de los precios, que los suben a discreción y que prácticamente son los responsables del hambre que se pasa en España por ejercer un capitalismo salvaje.

No voy a sacar la cara a estos establecimientos, ni a defenderlos a ultranza, pero sí a hacer algunas consideraciones que deben tenerse en cuenta a la hora de hacer tamañas afirmaciones. La primera es que la fórmula de compra en grandes superficies o supermercados se ha instalado hace muchos años en las sociedades occidentales, que la han adoptado por las comodidades de compra que ofrecen y por la oportunidad de realizar en un solo acto la adquisición de una gran diversidad de productos. Existe, por otra parte, un buen número de cadenas, lo que introduce una fuerte competencia entre ellas con las correspondientes repercusiones en sus políticas de precios, que no precisamente permiten muchas alegrías a la hora de fijarlos.

Desde que Richard H. Buskirk escribiera sus ‘Principios y práctica del marketing’, que es un manual que han empleado todas las escuelas de negocios, es bien sabido el mecanismo del éxito de esta clase de establecimientos: se trata de la sencilla fórmula del ‘margen por rotación’, sabiendo y admitiendo que es un sector de la economía que ofrece muy escaso margen por unidad vendida pero que se puede compensar con una fuerte rotación de las ventas, o sea, vender el máximo número de productos al máximo número de personas. Por eso una empresa como Mercadona, que parece estar en el ojo del huracán para estos apóstoles novatos de la economía, ocupa el 25% del mercado de la alimentación que se vende en los supermercados en España, alcanzado una cifra de negocio de miles de millones de euros. Y pese a ello, su rentabilidad no llega al 3%, al igual que les sucede a las demás empresas de distribución.

No es bueno demonizar el mundo de la empresa, aunque sabemos que puede haber malos empresarios, como hay o puede haber malos abogados, malos funcionarios o hasta malos políticos. Lo peor es la osadía que se escuda en la ignorancia o el discurso simplón y agresivo de quien no quiere valorar que un vaso medio vacío es también un vaso medio lleno.

Y les diré más: en una tienda de barrio me han subido la lata de cerveza de 0,75 euros que venía pagando hasta hace unos días a 1,40 de golpe y porrazo y sin explicaciones. Eso no ha ocurrido en el súper al que también acudo de vez en cuando. Ya sé que es un simple ejemplo, pero sería bueno buscar la objetividad en nuestros juicios y valorar también la aportación que a la economía española, al empleo y a la seguridad alimentaria, entre otras cosas, realizan estas grandes cadenas de supermercados. No son los malos de la película.

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