La chincheta que marcaba Andorra en el mapa

La renovada furia demoledora de los últimos años en Aragón ha llegado a lo más alto, literalmente, con la voladura de la chimenea de la térmica de Andorra.
Trescientos cuarenta y tres metros que destacaban esa villa y las tierras mineras de Teruel y explicaban mucha de su historia reciente. Era la construcción más alta de la comunidad autónoma y la tercera del país ; desde ayer, 265 kilos de explosivo mediante, son unas 25.000 toneladas de escombro.
Da pereza infinita que por aquí se siga discutiendo que el patrimonio industrial es tal; si los restos de edificios o la maquinaria con un valor histórico, arquitectónico, técnico, social (lo derribado en Andorra claro que lo tenía)… merecen esa consideración y, por tanto, ser conservados, al igual que otras expresiones de la actividad y la creatividad humanas del pasado.
Vivimos tiempos políticos y económicos conservadores, pero no para preservar lo que es de todos y también de los que vendrán luego. Ciertamente tenía algún coste mantener la chimenea, como las torres de refrigeración, igualmente gigantescas, que cayeron hace nueve meses. Para darle sentido a la inversión están las ideas, y hubiera bastado con darse una vuelta por Europa para inspirarse en otros conjuntos industriales reaprovechados (para otros usos productivos o, como aquí proponía el desaparecido Miguel Ángel Arrudi, turísticos y culturales). Lo seguro es que borrar la identidad no llevará riqueza a un territorio que se desangra por la despoblación.