El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a las ministras de Igualdad, Irene Montero (i) y de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra durante el acto 'Infancia con derechos: Plan de Acción Estatal de la Garantía Infantil Europea', este miércoles en Madrid.
Esperpento
EFE

España necesita ahora un Valle-Inclán que, desde una mirada socarrona, un punto cruel e iconoclasta, nos describa la situación que atraviesa este querido país nuestro, tan diferente, tan divertido, tan sorprendente y sin embargo tan entrañable. 

Don Ramón María, como es sabido, fue creador y cultivador de ese género literario del esperpento, de esa deformación cachonda de la realidad, esa tragedia sin final feliz, ridícula y absurda que refleja la situación de la España de su época.

Porque hemos vuelto al esperpento cuando afrontamos muchas de las cosas que ocurren por estos lares y leemos o escuchamos atónitos el relato que nos ofrece cada día la actualidad del país: un rimero de noticias grotescas, patéticas, estrafalarias… Puro esperpento.

Las situaciones patéticas y estrafalarias que se viven en la actualidad política
española están reclamando que un talento como el de Ramón María del Valle-Inclán las refleje en el espejo deformante del esperpento

Resulta que el Gobierno es un caos en sí mismo y su jefe es un señor como maniatado por el griterío de dos de sus ministras a las que no puede o no se atreve a callar; resulta que aparece como si asistiera a un funeral la afectada ministra de Justicia, que pasaba por allí y carga y dice asumir una responsabilidad que no solo a ella incumbe; resulta que los trenes no caben por los túneles y pagan el pato dos simples funcionarios por no dominar debidamente el sistema métrico decimal –si es que con tanta ley de educación progresista no hay quien ajuste los centímetros–, mientras sus jefes se aferran a sus poltronas; resulta que la señora Colau, que no es más que la alcaldesa de Barcelona, decide romper relaciones diplomáticas con el Estado de Israel; resulta que las siempre incordiantes autoridades de Cataluña inauguran una embajada en Japón y alardean de tener ya 18 delegaciones diplomáticas por el mundo; resulta que los españoles no sabemos qué nos pasa con Marruecos que nos toma el pelo sin piedad; resulta que Ramón Tamames se convierte en el Supermán de la derecha –¿hay alguien más ahí?– para darle un sermón a Sánchez; resulta que el Partido Aragonés (PAR) se desangra por cuestiones de caudillismo, caciquismo y autoridad mal entendida ante la mirada réproba y melancólica de su gran fundador y soñador, Gómez de las Roces, mucho más aragonés que los que ahora se quieren repartir los despojos de lo que queda; resulta que hay ministros que dicen que los jueces son fachas y machistas y que no se saben su oficio; resulta que aquí salen a la calle o ven mejoradas sus sentencias cientos de delincuentes y la ministra empoderada sigue sosteniendo sin consecuencias, o sea cese o dimisión, y a grito pelado, tan impropio de ministros de democracias consolidadas, que su ley es un producto de orfebrería sexual insuperable; y qué decir del bienestar animal, más confortable que para los humanos… En fin, más cosas podríamos decir para completar el cuadro del esperpento que hoy es España, esta España mía, esta España nuestra.

Por eso se echa en falta la presencia de un personaje como Valle-Inclán que desde la distancia y con la agudeza propia de un ser inteligente se atreva a escribir, de nuevo, que este país vive en el esperpento permanente. Que somos un esperpento. ¡Qué pena! ¡Qué vergüenza!

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