Por
  • Julio José Ordovás

Bigotteando

El zaragozano Bigott acaba de lanzar su decimotercer disco, 'Dedicated to none'.
El zaragozano Bigott acaba de lanzar su decimotercer disco, 'Dedicated to none'.
Pablo Ferrer

Siempre que me cruzo con Bigott me acuerdo de Mauricio Aznar, con el que también me crucé alguna que otra vez por las calles de Zaragoza. Cada uno a su manera, Mauricio con su tupé y su gorra de repartidor de periódicos de película americana, y Bigott con sus barbas tolstoianas y sus gorros bufonescos, son discordantes notas de color en la sinfonía tirando a gris de la ciudad. 

Pero es que, además, tanto uno como otro irradian algo que, más allá de su aspecto, les distingue del resto de los transeúntes. Algo que tiene que ver sobre todo con su forma de caminar: caminan como si bailaran al ritmo de una melodía que solo ellos oyen.

Con su aire de clochard pop, Bigott vive su propia canción, una canción tan divertida como marciana. Un locutor de Radio 3 dijo una vez, al presentar una canción de Bigott, una cosa que me gusta recordar: "Esta canción solo la podía haber compuesto un aragonés al que, estando debajo de una palmera, le hubiera caído un coco en la cabeza". Creo que eso mismo también se puede aplicar a algunas columnas de Mariano Gistaín.

La tarde del sábado pasado, mientras corría un céfiro de la chingada por la avenida de Navarra, Bigott dio en el C. C. Delicias un concierto intimista, un poco tenebroso y, sin embargo, lleno de luz, que tuvo un momento de auténtica implosión: cuando, sin previo aviso, interpretó ‘Suzanne’, de Leonard Cohen. Los discos de Bigott son los ‘collages’ musicales de un niño que no se cansa de jugar, de experimentar, de exprimir su guitarra y su sintetizador. El cierzo, que aullaba afuera, y los juegos de voz de Bigott se conjuraron para crear una caja de resonancias memorable.

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