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La Seo de Zaragoza supera a la Catedral de Santiago y se convierte en la más bonita de España
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Oliver Duch

A veces, o siempre, no hay tiempo de nada. Ayer Cristina Grande escribía de su madre, de las tapas de berenjena y de la vitamina que trae el sol. También suscribiría, si tal cosa fuera posible, el artículo de José Luis de Arce para salvar la chimenea de Andorra, que es la Torre Nueva de estos días, o el minarete de Babel. Y Miguel Ángel Arrudi, descanse en paz, que hizo lo que pudo en vano para salvar los vasos de ceñido talle de aquella central, ya demolidos.

Siempre hay algo que derribar, si no demueles parece que has perdido el día. El afán por destruir no se quita con nada.

En Aragón tenemos suerte: gracias a tantos milenios nunca falta algo que tirar. Claro que a veces no hay tiempo: se pasa la vida y apenas has podido bajar la basura; también suele ocurrir que cometemos errores, erratas, pifias, chapuzas. Y se va complicando la cosa hasta que no hay forma de arreglarlo. De ahí la fórmula matemática: ¡Vaya zancocho! He roto tantas cosas que si las pusiera en fila no cabrían.

También suscribo si es posible el artículo de Genoveva Crespo del viernes pasado en el que reivindicaba entrada gratis a La Seo para vecinos, lugares fijos donde poder ver la jota en vivo y la casa de Goya en Zaragoza, al menos una de las diez que recorrió (casi todas de alquiler): que se pudiera enseñar y visitar. Qué razón: que las obras de La Seo, veinte años, las pagamos a escote y la deuda de Aragón, en la que está incluido el arreglo de La Seo, es nuestra mayor seña de identidad. 

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