La chimenea de Andorra

Imagen tomada el pasado mes de mayo, cuando fueron derribadas las torres de refrigeración quedando en pie la chimenea de la térmica de Andorra.
La chimenea de Andorra
Jorge Escudero

Parece que el próximo día 16 de este mes se va a proceder a la voladura de la chimenea de lo que fue la central térmica de Andorra, con lo que se habrá consumado la desaparición de uno de los iconos del paisaje bajoaragonés. Firme, sólida, enhiesta se eleva esa torre de 343 metros de altura, prodigio de la ingeniería industrial de España y la tercera construcción más alta del país. 

Ahora, unos kilos de explosivos acabarán con ella sin que nadie que se sepa haya tenido la sensibilidad de conservar esa chimenea, siquiera como recuerdo y ejemplo de la arquitectura de que fuimos capaces.

Todavía estamos a tiempo de detener la demolición de la chimenea de la central
térmica de Andorra

Endesa debió analizar su conservación, pero debió pensar que el coste de su mantenimiento era excesivamente elevado frente a unos dudosos e inciertos beneficios dando a la chimenea otros usos, siquiera como atractivo turístico. Claro que esa conclusión se saca siempre que las cosas se contemplan desde una exclusiva mirada económica y mercantil. Conservar un patrimonio siempre es costoso; lo importante es valorar qué cosas deben tener la consideración de patrimonio.

Y como es natural, habrá valoraciones para todos los gustos; para mí, una obra de semejante envergadura, de una complejidad técnica como la que tiene esa construcción y de un impacto paisajístico como el que ha tenido ese ‘sky line’ que ha perfilado la localización de una comarca, esa construcción hubiera sido mecedora de más cariño, de más interés por mantenerla y de defender su continuidad por organismos e instituciones. También de Endesa, que bien pudiera destinar algunas migajas de sus beneficios a dejar un recuerdo de lo que fue su capacidad y su potencia industrial.

Una construcción imponente y tan representativa como esa
merecería ser considerada como parte de nuestro patrimonio histórico industrial

Paseo a veces por un lugar zaragozano que llaman ‘la Chimenea’, pasado el Ebro, y me admira contemplar esa pequeña construcción de ladrillo, que perteneció a un lavadero de lanas, y que fue símbolo de una época y de una arquitectura propia de las azucareras que poblaron en tiempos nuestra tierra, y de las que también se conservan unas cuantas de 30 a 60 metros de altura. Hasta una parada del tranvía tiene el pequeño monumento, que alguien con sensibilidad quiso guardar y enseñar a la posteridad. Y cuando he alzado la vista hacia la altísima boca de salida de 12 metros de anchura de la para mí joya arquitectónica de Andorra, no he podido entender cómo es posible que no se la haya podido mantener en pie.

No sé si es tarde, y seguramente será inútil, pero hago un llamamiento para que se dé una vuelta más en torno al futuro de esa chimenea. Que se pare de momento la demolición, por unos meses; que se estudien por una comisión ‘ad hoc’ las posibilidades que podría tener esa torre. Tengo amigos por la comarca y sé de su interés y su tristeza por este final que aguarda, pero sé también de las dificultades que han tenido para dejarse oír. A ellos uno mi voz modesta y pido sencillamente una nueva oportunidad para la chimenea de Andorra. Aún estamos a tiempo.

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