Por
  • José Badal Nicolás

Nuestra democracia estropeada

Sánchez, aplaudido por la bancada socialista tras su intervención en la sesión definitiva de investidura.
Nuestra democracia estropeada
Efe/Mariscal

Vivimos en una democracia estropeada, con defectos de origen por la timorata redacción de algunos artículos de nuestra Constitución y por la torcida o sesgada interpretación que personajes mendaces, malintencionados y sin escrúpulos hacen de varios de sus preceptos legales. 

Sin embargo, la democracia, con sus virtudes y carencias, es el sistema político más atractivo, vigente en varios países allende nuestras fronteras, por lo cual debemos felicitarnos por morar en un estado de derecho donde rigen un conjunto de leyes y normas de obligada observancia que derivan de una ley de leyes, que es como a veces se alude a la Constitución, que a su vez es la expresión de la voluntad del pueblo soberano.

No sé de un solo país en el mundo que pueda presumir de ser una democracia perfecta. Esto es una entelequia. Lo que hay son países con mayor o menor calidad democrática; es decir, unos más proclives a guiarse por las demandas de la sociedad y en aras del bien común, en los cuales los políticos se esmeran por dar voz y cauce a los deseos de sus representados, y otros en los que el sistema urdido, aun proclamando que la soberanía reside en el pueblo, a menudo entorpece la conexión entre el pueblo llano y sus representantes y propicia que sus supuestos adalides políticos se desentiendan vergonzosamente de los problemas e intereses reales de la sociedad en beneficio de su medro particular. No creo que exagere si afirmo que nuestro país se cuenta entre estos últimos, que es una democracia todavía por cuajar, más bien formal que real, y claramente mejorable desde cualquier punto de vista. Vale que es mejor vivir en democracia (por muy defectuosa que sea) que bajo el yugo de una anacrónica monarquía absoluta o de una dictadura (aunque las hay ‘blandas’ y ‘duras’); pero aun así debemos huir del trampantojo tan pronto como la ocasión lo permita.

Que nuestra joven democracia es perfectible, es algo que nadie probo y con un mínimo de seso puede refutar. En este sentido, hay abundantes ejemplos susceptibles de enmienda: abuso de poder, obcecación ideológica, corrupción, nepotismo, inflación de cargos de libre designación, solapamiento de funciones, exceso de aforados, privilegios sin cuento, tergiversación de las leyes, falta de transparencia en las acciones de gobierno y en las cuentas públicas, derroche de recursos, deficiente distribución de la riqueza nacional, opacidad informativa, manipulación grosera de datos, incumplimiento de sentencias, ‘puertas giratorias’, etc. La lista es casi interminable. ¿Tiene arreglo esta nefasta situación? Claro que sí, pero no es tarea fácil porque requiere la firme voluntad de hacer bien las cosas y la habilidad jurídica para llevarla a cabo; dos condiciones necesarias (aunque no suficientes) que no adornan precisamente a nuestra nutrida grey de políticos menesterosos del puchero, claudicantes ante la prebenda y con oficio enajenado, aunque ahora la provisión de empleo o destino como fuente de ingresos no la venda la Corona, como ocurría hasta entrado el siglo XIX, sino el partido en el ejercicio del poder.

Todos hemos oído en alguna ocasión la frase "esto lo arreglaba yo de un plumazo"; seguramente pronunciada con la intención de dejar constancia de una delicada coyuntura política, o de un preocupante horizonte económico o de un enrevesado problema social, para el que se cree tener una pronta y definitiva solución. Por desgracia, las situaciones complejas, a menudo heredadas de procesos jurídico-administrativos anteriores, no admiten soluciones fáciles ni expeditivas, ni siquiera acudiendo al grimorio de cabecera. Empero no por ello hay que desistir de encontrar provechosas fórmulas o vías de auténtico progreso y prosperidad. Si para alcanzar un mayor grado de calidad democrática y superar el actual envilecimiento de la política hay que remangarse y reformar parcialmente el texto constitucional, intentémoslo, con serenidad y generosidad, venciendo recelos y suspicacias. Es un predio enfangado, un terreno pantanoso con múltiples obstáculos, lo sé; pero una empresa factible si sus señorías al fin optan por servirnos por encima de cualquier ideología y se deciden a arrostrar la ardua tarea con denuedo.

Desde mi condición de ciudadano de a pie, me atrevo a señalar algunas notorias carencias que los políticos con genuino sentido de Estado deberían corregir, elevándose sobre las sempiternas exigencias de los nacionalistas de cortas miras y los cantos de sirena de los enemigos de la concordia. Una de ellas es la reordenación en paridad de las competencias de cada autonomía, con prudencia y tino, sin caer de nuevo en caducos ‘derechos históricos’ o anacrónicos fueros. Todas las regiones de España pueden aducir este tipo de privilegios (que igual que se otorgaron se pueden suprimir), sin razón de ser en el presente siglo. Otra es la imperiosa necesidad de reformar la ley electoral y también el congreso y el senado, procurando en cada caso niveles de representación más acertados y dando el peso justo a las minorías. Hay que ir más allá del actual sistema de listas cerradas y bloqueadas que impiden el sufragio personal, con el fin de que todos podamos ejercer nuestro derecho de votar al candidato elegible de nuestra preferencia. Así se terminaría con el bochornoso espectáculo de una claque sumisa e inoperante convertida en la voz de su amo, pues el diputado o senador se preocuparía más de atender a sus electores que de rendir vasallaje al jefe.

Otras son la ley de la Corona y la nítida separación de los poderes del Estado, y no solo entre el legislativo y el judicial, sino también entre el titular del ejecutivo y el legislativo (otros países la tienen). No quiero concluir sin referirme a la recuperación de competencias del Estado, muy especialmente a la de educación y los planes de estudios, mediante la promulgación de leyes para la enseñanza secundaria y la universidad con implantación en todo el territorio nacional. En realidad, por aquí empieza todo.

José Badal Nicolás es catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza

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