La acusada, Carmen Villa, en el momento de abandonar la sala de la Audiencia tras conocer el veredicto del jurado.
Juicios
Oliver Duch

He seguido estos días con interés el juicio contra Carmen Villa Fernández, la ya declarada por un tribunal popular culpable del asesinato de su marido Raimundo Medrano, quien fuera la mano derecha del Lute y, como él, condenado a muerte, aunque luego se les conmutara la pena capital por la de 30 años y un día. 

Medrano fue uno de los últimos célebres bandoleros españoles y el hecho de que fuera su mujer quien lo asesinara –después de haber sobrevivido a la policía, las cárceles franquistas y los clanes de mercheros rivales– no deja de tener su aquel. Seguir las declaraciones de Carmen Villa (hasta cuatro o cinco distintas, desde que lo mató a que se suicidó, o que fue una tercera persona quien lo hizo sin que desvelara su identidad) era adictivo. Me hicieron recordar otra legendaria declaración ante el juez, la que hizo el escritor Álvaro Retana, el autor de las coplas del ‘Ven y ven’ que cantaba la Goya y del cuplé de los cuplés: ‘Las tardes del Ritz’. Se cuenta de Retana que después de la guerra fue condenado a muerte por poseer objetos de culto litúrgico utilizados sacrílegamente. Ante la acusación del fiscal de que le gustaba beber el semen de adolescentes en un copón sagrado, Retana –que llevaba merecida fama de bisexual, amoral y libertino, ganada, todo hay que decirlo, con ejemplar dedicación y constancia– se defendió ante el juez con desparpajo suicida: "Señoría, yo eso prefiero siempre tomarlo directamente". Como al Lute y a Medrano le conmutaron milagrosamente la pena de muerte por la de 30 años de prisión, de los que cumpliría 9.

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