La virtud de querer y dejarse querer

La virtud de querer y dejarse querer
La virtud de querer y dejarse querer
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Me conmovió esa muestra de cariño en la despedida del padre de un compañero veterano: el ofrecimiento de un puñado de la tierra en la que había nacido, al otro lado de España, y que hubo de abandonar en busca de esas oportunidades que no se le ofrecían.

Que Aragón, territorio de hospitalidad, le brindó y en el que consolidó las raíces sobre las que asentó el futuro.

La familia –tal y como ellos mismos contaban– se esforzaba por sostener los valores de su esencia y retornaba cuando podía a sus orígenes, en ese empeño por conservar el hilo con el que se cosen las vivencias pasadas. Y esa persona encontraba al mismo tiempo la alegría que le proporcionaba el poder reunirse con aquellos que también hubieron de emprender su mismo camino y apreciaban las virtudes y tradiciones de aquella su misma tierra.

Completaba el emotivo adiós una pequeña imagen de la Virgen del Pilar, columna que sostiene los argumentos de los aragoneses, y que contribuía a conformar el cóctel que había dibujado aquella vida recién apagada. Porque en realidad era en el discurrir diario, el de jornadas acumuladas a lo largo de décadas, donde acabaron por asentarse sus costumbres.

Conjuga Aragón ese abrazo acogedor, inequívoco perfil de su razón de ser, combinado también con el beso de despedida a quienes han de hacer las maletas para arrancar sus raíces y plantarlas en territorios alejados de donde aprendieron a querer y a jugar. Y que también suspiran por regresar, para volver a recorrer sus rutas y conversar de viejos temas con amigos de siempre.

Reconocida esta experiencia, no deja de apenar la falta de altura de miras de quienes han convertido otros territorios en escenarios cerrados, inhóspitos, enredados en su propio mirar, acogotados por sus exigencias y obligaciones. Lugares enrocados sobre sí mismos, encadenados a su falta de apertura. En donde se compromete la convivencia.

Comportamientos que contribuyen a valorar aún más la grandeza de esta tierra amada, hospitalaria, con la virtud enorme de querer y dejarse querer.

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