Por
  • Víctor Juan

Tederos

Los oscenses vuelven a reunirse alrededor de la hoguera de San Vicente.
Los oscenses vuelven a reunirse alrededor de la hoguera de San Vicente.
Javier Navarro

En muchos pueblos y ciudades de Aragón, las noches de enero de las últimas semanas se han iluminado con hogueras que han congregado a los vecinos en calles y plazas. Noches de fiesta. Afortunadamente, aún necesitamos reunirnos, hacer cosas juntos, levantar la vista de las pantallas y mirar a los ojos a nuestros amigos. 

Qué bien nos sienta olvidar, aunque solo sea por unas horas, las historias sin fundamento que colonizan y esterilizan nuestros cerebros, y ocuparnos de nuestras vidas, de nuestras auténticas vidas. Mientras escribo, recuerdo las fogueras de san Fabián en Alquézar, las hogueras de san Babil en La Almunia de Doña Godina o las de san Vicente en Huesca. En Caspe los tederos –qué hermosa palabra aragonesa– se encienden, como en muchos otros lugares, en honor a san Antón. Cuando yo era niño se asaban, sobre todo, patatas, boniatos y cebollas. El fuego convocaba a los vecinos que, en realidad, se reunían alrededor de la palabra. Es lo que el ser humano ha hecho desde siempre, es decir, desde esa ápoca que llamamos la noche de los tiempos: reunirse para hablar, para llegar a acuerdos y para cultivar la memoria. Cada vez que hemos tenido miedo, cada vez que hemos necesitado consuelo, cada vez que hemos tenido algo que celebrar, cada vez que había que tomar una decisión importante para la comunidad, nos hemos reunido alrededor de la palabra. Estas noches de enero los rostros se iluminan por el resplandor del fuego que nos calienta el cuerpo y por la esperanza de la palabra que nos calienta el alma.

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