Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Palabras equívocas

Palabras equívocas
Palabras equívocas
ISM

En España tenemos abierta una reflexión sobre el concepto mismo de ‘democracia’; hace varios años su análisis se hizo frecuente en foros académicos –que anticiparon situaciones inesperadas– pero las recientes propuestas contrarias a conceptos y valores fundamentales de la transición han propiciado su extensión por ámbitos de reflexión generales. 

Tener abiertos en canal esos tópicos que creíamos consolidados es muy malo, pero puede tener un lado positivo: ofrece una oportunidad (peligrosa, pero oportunidad) porque podemos partir casi de cero. ¿Por dónde empezamos? ¿Qué necesitamos?

Con un significado mucho más pedestre que el original tomaré una vez más el inicio de San Juan: "En el principio fue la palabra". Poco podremos avanzar con el lenguaje político en su estado actual, tan dañado, tan inutilizado.

Por torpeza o malicia hay un mal uso del lenguaje. Errores, ineficiencias o trampas en las argumentaciones. Forman una lista relativamente corta, pero aparecen en casi todas las intervenciones y réplicas.

Por ejemplo, constantemente se cambian las palabras utilizadas en los distintos elementos de una argumentación, con lo cual las réplicas no corresponden con las afirmaciones, ni las explicaciones con las preguntas. Los debates son un muro para colocar panfletos ciclostilados con argumentarios previamente escritos por una escuadra de ‘spin-doctors’.

En el discurso político actual no hay lealtad en el destinatario o receptor; al contrario, debe esperarse una actitud de retorsión, de manipulación del mensaje, ante la que hay que adoptar un lenguaje resistente a estas tensiones semánticas. Tan estricto como las normas sismorresistentes de Japón o Ciudad de México.

El uso equívoco y carente de rigor del lenguaje en las confrontaciones dialécticas
favorece la manipulación, como podemos ver en los retorcidos planteamientos
políticos que propugna el independentismo catalán

Un caso concreto: Siento un profundo respeto por Salvador Illa; tal vez porque me recuerda al gran (aunque culé) Ernest Lluch. Illa es un ejemplo de las dificultades de supervivencia que tienen en la actual sociedad del ‘tweet’ las personas educadas en el rigor de conceptos y expresiones. Son demasiado precisos, sus frases ensamblan más ideas de las que caben en un titular; sus matices se pierden ante el laconismo.

Frente a esto, el argumentario del independentismo institucional es bastante simple. Apenas media docena de paredes maestras sobre las que construir su edificio. Muchas son bulos y afirmaciones tramposas o insuficientemente fundadas, que sesgan a su favor el discurso desde el inicio. Debiéramos ser implacables y constantes en su rechazo.

Creo que la idea matriz es ‘mandato’. El independentismo, de deslealtad conceptual acreditada, convertirá cualquier cosa en ‘mandato democrático’ que, a modo de los carros de combate en la primera Guerra Mundial, les permite rebasar trincheras y alambradas pensadas para otros escenarios. Ya hubo ejemplos, publicados en septiembre de 2017 en el Diario de la Generalitat de Cataluña. No les hace falta un referéndum en sentido técnico: aprovecharán cualquier mondongo que su maquinaria de retorcer y hacer chorizos políticos permita convertir en esa "libre expresión democrática de voluntad" que prevalece sobre cualquier regla, institución o realidad, Constitución incluida. En el lenguaje que se ha impuesto, muchos expresan con rotundidad tópicos que contienen la idea de que cualquier expresión de voluntad, de cualquier ‘démos’ con cualquier mayoría, sobre cualquier cosa, se impone sobre todo; una manera corrosiva de entender la democracia.

Falta nitidez: las frases con las que el PSOE y el PSC hablan del referéndum y su consulta alternativa, siempre introducen reservas, restricciones; hay más palabras de las necesarias. No tienen la rotundidad que da la simpleza.

La buena intención de Illa se defraudará porque harán que una consulta a los catalanes se parezca mucho a reconocer su derecho a la autodeterminación. Les trata como un ‘démos’ diferenciado de ‘el pueblo español’. Consulta, para obtener ¿qué?, ¿opinión?, ¿mandato? Al final se encontrarían con la voluntad del pueblo español, necesaria para una reforma constitucional, pero recomendable por simple simetría en cualquier otro supuesto. ¿Se va a preguntar a los catalanes sobre la configuración de España, pero no a los españoles?

Esta multiplicación de sujetos colectivos que deciden sobre lo mismo, no propicia concurrencias, sino divergencias graves. Malos tiempos para el diálogo y la desjudicialización.

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