La oportunidad del PAR

La oportunidad del PAR
La oportunidad del PAR
POL

Tal como están las cosas el Partido Aragonés, el PAR, parece que tiene los días contados. Las luchas internas van camino de descomponerlo. Visto desde fuera, es un esperpento de manual. Sus diferencias han sembrado los últimos tiempos de un reguero de despropósitos. 

Da la impresión de que esas batallas intestinas –típicas de cualquier partido político, véase cómo están Ciudadanos, Unidas Podemos o cómo le fue antes al PP e incluso al PSOE– no se han gestionado con acierto ni prudencia. Ni por unos ni por otros. De hecho, han cruzado varios límites estratégicos dilapidando buena parte de su ‘capital reputacional’. Han convertido sus controversias ‘privadas’ en asuntos públicos. Sus trapos sucios han terminado judicializados y, lo que es peor, con una sentencia desfavorable ante la denuncia de una de las facciones, con todo lo que eso significa.

Las peleas intestinas han situado al PAR al borde del abismo

No es necesario leer el auto del juez, ni entrar en esos detalles. Aun siendo muy importantes, son lo de menos, pues desnudan la deriva de los distintos dirigentes del PAR desde que perdieron su presencia en el Ayuntamiento de Zaragoza. Desde entonces han ido evaporando réditos electorales y profundizando en el error de la ley de hierro de Michels.

Como es bien sabido y he contado en otras ocasiones, Robert Michels (1876-1936) acuñó su ‘ley de hierro de la oligarquía’ en su libro ‘Los partidos políticos’, describiendo el comportamiento de estas organizaciones. Dicho rápidamente, los partidos políticos tienden a crear una oligarquía, una minoría que se hace con la gestión, el poder y el control de la organización, prescindiendo del resto. Aunque pueda funcionar e incluso conseguir ‘éxitos’, es una forma de liderazgo llamada al fracaso. Esto sucede en las organizaciones donde se prima el liderazgo jerarquizado en pos de una supuesta eficiencia burocratizada y centrada en el poder antes que en la ‘auctoritas’ y el consenso. El error es precisamente eso, olvidar que el partido, el sindicato o la institución no ha de ser un mero artificio al servicio de una minoría. Cuando el viento sopla a favor, cuando todos pueden chupar del bote o de la teta de las administraciones, no se percibe. Cuando las tornas cambian, la falsa balsa de aceite se convierte en un mar turbulento de cuchilladas e intereses.

En el momento en que las élites de un partido se olvidan de aunar voluntades están labrando su propio desastre. Cuando la minoría que gobierna una organización se convierte en un cacicato que no cuida a los suyos, pasa lo que le va a pasar a Unidas Podemos y lo que le está pasando al PAR. En ese estadio de ofuscamiento se pierde el rumbo y hasta la brújula, porque se olvidan de lo más importante: el sentido. Esto es, sumar esfuerzos y recursos para sacar adelante ideas e intereses compartidos. El sentido se construye tejiendo redes de apoyo mutuo, vínculos de reciprocidad, remando en la misma dirección. Cuando las ideas dejan de importar y los intereses comunes se pulverizan primando solamente los individuales, el barco termina yendo a la deriva o hundiéndose.

Pero todavía puede reaccionar si presenta a los ciudadanos un proyecto basado en el aragonesismo y
sabe aprovechar, sumando esfuerzos e intereses, su presencia territorial

El PAR tiene un pie fuera del campo. Está a un paso del abismo. La presidencia de Arturo Aliaga no ha tenido el viento a favor, venía ya de antes. Desde fuera sólo se conocen los flecos de la historia. Los vericuetos de la intrahistoria difícilmente se desentrañarán. Sin embargo, las gentes del PAR tienen una oportunidad como pocas veces antes. El aragonesismo está de moda. Tanto Lambán como Azcón han levantado esa bandera. Se quieren llevar ese trozo de la tarta distinguiéndose de Madrid y de sus jefes. No pueden. Son lo que son, todo menos aragonesistas.

El PAR cuenta con una historia sembrada de ‘par-icidios’. Si no arruinan los rescoldos de su red tienen la posibilidad de resistir e incluso dar una sorpresa. Su implantación en el territorio, especialmente en el mundo rural, cuenta con muchas lealtades, no solo clientelares, también de convicción. Esas gentes –que siempre han estado y han sido capaces de sostener a su organización– necesitan comprobar ahora más que nunca que su partido tiene un proyecto. Necesitan una idea de país y un modo de gestión donde la ilusión destaque por encima de la inquina con la que se están tratando entre sí.

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