Por
  • Julio José Ordovás

Cháchara de café

Cháchara de café
Cháchara de café
Pixabay

Buena parte del columnismo que se practica en nuestro país es una derivación de las interminables, tabacosas y tronantes charlas de café a las que tan aficionados eran los españoles hasta fechas recientes. 

Las últimas vacas sagradas del columnismo español (Umbral, Alcántara y Vicent) se formaron en las tertulias de los cafés, donde los debates intelectuales se reducían a duelos de ingenio, y si uno analiza sus columnas enseguida se da cuenta de que son un destilado de aquella atmósfera de la que también surgieron Valle- Inclán, Gómez de la Serna, Ortega, Pla y tantos otros escritores que fueron, fundamentalmente, chispeantes contertulios.

Lo curioso es que muchos columnistas actuales sigan practicando el mismo tipo de columnismo sin haber pisado jamás un café como el Gijón. Me refiero a ese columnismo hecho a base de muletazos retóricos, navajazos irónicos, monsergas partidistas y banalidades perfumadas de lirismo facilón. Mucha arrogancia, mucha contundencia, cinismo a tutiplén y opiniones reversibles según cómo soplen los vientos políticos. Cháchara que se disuelve como un azucarillo en el primer café de la mañana. Que el número de columnistas femeninas se haya multiplicado en estos últimos años tampoco creo yo que haya contribuido a cambiar sustancialmente la cosa.

El columnismo es un ejercicio de autoafirmación y los españoles, herederos de una querencia por las acuñaciones sentenciosas más pueblerina que senequista, somos demasiado asertivos. Estaría bien que probáramos a introducir de vez en cuando en nuestras columnas algún ‘quizá’ o algún ‘tal vez’ o algún ‘acaso’. Aunque dudar es de sabios, no de columnistas. 

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