Asombro
Asombro
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Recoger el árbol de navidad y el belén siempre da un poco de pena. 

La casa se queda como entristecida. Para las figuras del nacimiento y para el ángel de papel maché que hice en la clase de pretecnología del colegio, reservamos una vieja cesta de picnic. Todo vuelve al altillo con la ayuda de mi madre, a la que no le permito alzar más peso que el arbolito despeluchado, casi tan viejo como yo, en su propia caja alargada. Nos cuesta poco trabajo, la verdad. Sentimos cierta satisfacción por haber vencido la pereza a la hora de montarlo. Un año más, misión cumplida.

En silencio, de forma tácita, formulamos el deseo de repetir el ritual mientras podamos. Y nombramos a Maru, prima hermana de mi madre, que anteayer nos invitó a comer a su casa. Maru adora la navidad y su gran piso es un auténtico museo de belenes (muchos fabricados con sus propias manos) y de árboles fastuosos cuajados de sofisticadas bolas creadas también por ella misma.

"Siempre me han gustado las manualidades", dice ante nuestros gestos de admiración. Soy incapaz de calcular las miles de horas invertidas en tan insólito espectáculo. Le sugiero que deje una exposición permanente.

También mi amigo Ángel ha montado en su casa un primoroso belén con figuras móviles, ríos y fuentes, y lucecitas estratégicamente colocadas. Es un verdadero artista y un entusiasta infatigable. Si yo fuese capaz de algo así, tal vez no me dedicaría a pulsar las teclas de un ordenador. Pero en algún momento pretérito perdí la habilidad manual, y con ella el entusiasmo y la inocencia. Solo me quedó el asombro. 

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