Por
  • Víctor Juan

Abrazos crujientes

El historiador Eloy Fernández Clemente, este miércoles en su domicilio zaragozano, con el primer número de 'Andalán'.
El historiador Eloy Fernández Clemente.
Oliver Duch

Conocí a Eloy Fernández Clemente una tarde de primavera de 1992. 

Lo llamé para preguntarle varias cosas sobre Santiago Hernández Ruiz, el maestro de Paniza. Me advirtió que sólo podía atenderme unos minutos porque al día siguiente salía de viaje para participar en un congreso y tenía que terminar de prepararlo todo. Quedamos en su despacho y aquellos minutos se convirtieron en tres horas de fecunda conversación. Ya había anochecido cuando el conserje llamó diciendo que iban a cerrar la facultad. Nunca me dio clase, pero el hombre que soy, el profesor que soy y el ciudadano que soy le debe mucho a Eloy que era, sobre todo, generoso con cuantos nos asomábamos a la historia de Aragón desde las más variadas perspectivas. Tenía el don de consejo, la misma capacidad que Joaquín Costa reconocía en Francisco Giner de los Ríos, y acudíamos a él para que nos orientara. Además, contagiaba su ilusión y su fe en los proyectos. Solo así fue capaz de poner en marcha obras colectivas –y faraónicas– como ‘Andalán’, la Gran Enciclopedia Aragonesa o la Biblioteca Aragonesa de Cultura. Era una suerte de ‘Valedor do pobo’ que hacía cuanto estaba en su mano para facilitar el camino a todos los que le pedíamos ayuda. Se alegraba de nuestros pequeños éxitos. Echaré mucho de menos sus ‘abrazos crujientes’, esos que colgaba en cada mensaje, en cada una de sus cartas, en las notas que acompañaban el envío de una separata o de alguno de sus libros, pero celebraré mientras viva el privilegio de haberlos recibido. Eloy era el mejor.

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