Lágrimas

El historiador Eloy Fernández Clemente, este miércoles en su domicilio zaragozano, con el primer número de 'Andalán'.
El historiador Eloy Fernández Clemente
Oliver Duch

En algún sitio guardo una foto de Eloy Fernández Clemente ante la puerta de su casa natal en Andorra. 

Junto a él está su amigo José Antonio Labordeta. La foto era mala pues en aquella época predigital yo misma revelaba mis negativos en blanco y negro. Me parece que han pasado mil años desde entonces. Pienso que Eloy era todavía un hombre joven al que le gustaba parecer más mayor. Su sonrisa, sin embargo, siempre fue joven, como su amada Marisa, que conoce el secreto de la eterna juventud. Estaba yo convencida de que vivirían ambos cien años por lo menos. Cuando saltó la noticia de su muerte me encontraba con mi madre y no quise decirle nada. Primero tenía que asimilarlo. Y tendría que ponerme a buscar esa foto. Por la noche vi en la tele la entrega de los premios Forqué. Salté del asiento cuando ganó ‘Labordeta, un hombre sin más’ como mejor documental. Pensé primero en Juana de Grandes, que habría estado todo el día muy triste por la muerte de su querido amigo Eloy y no había asistido a la gala. ¿Cómo es posible que en un solo día se acumulen tanta tristeza y tanta alegría chocando entre sí como átomos enloquecidos? ¿Son iguales (tienen la misma composición, quiero decir) las lágrimas de alegría que las lágrimas de pena? Seguro que no. Cuando Paula Labordeta, con el premio en la mano, recordó a Eloy Fernández Clemente, un gran silencio se hizo entre el público. Es posible que muchos espectadores no supieran quién era ese señor pero, por fuerza, por la intensidad emocional del momento, entendieron de inmediato que era alguien muy importante.

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